La Opinión de A Coruña

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Carlos Miranda

LA PELOTA NO SE MANCHA

Carlos Miranda

Responsable de área de Deportes

Álex, mediocentro, defensa y portavoz

Álex Bergantiños RCD

Gesto serio y cansado, mirada profunda. Pesaban las piernas y las palabras. Álex Bergantiños, mientras se rascaba la cabeza, se ponía el domingo delante de los micros al acabar el Dépor-San Fernando con el mismo sentido de Estado (deportivista) que minutos antes había exhibido en su función de bisagra entre la media y la defensa. Es lo que debe hacer, está para lo que haga falta.

Tampoco es que tuviese que poner el pecho ante las balas porque no había tono de interrogatorio en las preguntas. Pero, en el fondo, solo él dispone de los galones, de las credenciales suficientes para verbalizar lo que nadie se atreve a decir, para ser escuchado, para enviar cargas de profundidad en momentos familiarmente ásperos y desagradables. Tiene muchos partidos a sus espaldas, ha vivido casi todas las desgracias posibles en Riazor.

Lleva años sin poder vivir sin él en el campo, sin encontrar alternativa, y ahora también lo necesita fuera del césped

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Con un club que se tambalea en su tercer año fuera del fútbol profesional, con el técnico en su momento más personalista e inestable en 15 meses y con una directiva de tono empresarial y perfil bajo y unos cargos intermedios a los que se les ha racaneado el peso, fue lo más parecido a un portavoz. Justo cuando el deportivismo necesita alguien que le calme, que le aporte serenidad, él les habló, dio un paso al frente.

Por momentos y con matices, se le puso cara de Fernando Vázquez antes y después del caso Fuenlabrada. Esa época en la que era técnico de mañana y, en cuanto se quitaba el chándal, daba la cara a todas horas por una entidad centenaria y a la deriva, engullida irremediablemente por un tsunami. Líder porque lo sentía y le nacía, también ante la falta de referentes en aquella cruzada. El Deportivo lleva años sin construirse una alternativa en el campo al margen de Álex Bergantiños, sin encontrar a alguien que compita con él y le descargue, y ahora parece que tampoco puede vivir sin él fuera del césped, mientras se multiplican sus funciones de manera tácita.

Jugar en el Dépor es mucho más que jugar al fútbol y más en Primera RFEF. Sin levantar la voz, envió mensajes con carga

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Aunque hubiesen tenido un efecto más terapéutico el buen fútbol y una victoria, al menos Álex estuvo impecable en los diez minutos que habló. Autocrítico, sin rehuir responsabilidad, olvidándose de colocar paños calientes y siendo incluso exigente con sus compañeros. Todo desde un respeto exquisito y la naturalidad que acaba haciendo irreprochables sus argumentos. Se debate parte del deportivismo en este inicio de liga entre apostar por el clima de exigencia que debe imperar en un club como el Dépor o entregarse a confiar, a dar y regalar la paciencia que ha faltado en los últimos tiempos frente la volatilidad y las urgencias endémicas que arrastra. No se cierra tampoco a encontrar un punto exacto en el que convivan ambas realidades. Ni que los nervios y los golpes todo se lo coman ni que el deambular o las derrotas en una categoría impropia se conviertan en cotidianas.

Más allá de sus déficits y del gol que regala, lo que más desnuda al equipo es su manejo ante diez, lo poco que inquietó

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Mientras la grada y casi todo deportivista se autocalibran, Riazor fue asumiendo como pudo la derrota y la nueva realidad. Hubo quien pitó, hubo quien chilló, otros bajaron la cabeza y se fueron a casa mascullando lo que acababan de presenciar y lo que tenían ante sí. Casi todos tuvieron, eso sí, un momento para acordarse de las malas artes del San Fernando de Salva Ballesta y de un árbitro al que se le fue el partido de las manos desde la primera patada a destiempo de los andaluces. Entre todo ese ruido y frustración, el hilo de voz de Álex fue el que se escuchó y cogió fuerza al hablar de la exigencia y de cómo gestionarla en un club como el Dépor. El color de rosa de las presentaciones, de los 20.000 socios, de vivir en una ciudad que respira fútbol y de disfrutar de un estadio con temperatura ya no muestra la misma tonalidad en las malas. Tiene, además, ese cuento de hadas el reverso de la presión, del miedo a fallar, de gestionar en la cabeza y las piernas el cariño y la energía de esas gargantas. Todos esos futbolistas han llegado a Riazor por lo buenos que son, también por cómo pueden adaptarse a situaciones extremas, a realidades al límite. Es el momento de enseñar también de qué pasta están hechos. Jugar en el Deportivo y más en Primera RFEF es mucho más que jugar al fútbol. El discurso de Álex, de una manera más críptica, iba por esa línea y ahí está la mayor de las exigencias para todos y cada uno de los componentes de la plantilla en los próximos meses.

Media hora de desarreglo

El Dépor no mereció perder ante el San Fernando. Es innegociable. Incluso si no llevase el inicio de liga que lleva, si no desprendiese desde hace semanas las sensaciones y la inestabilidad que desprende, la derrota podría entrar en la categoría de accidente. Con salvedades, pero algo parecido a ese traspiés de hace un año en Irún ante el Real Unión. Pero el Dépor no se puede permitir a día de hoy un análisis tan cándido y simplista. Nadie lo hace tampoco dentro del club. De entre los múltiples errores y déficits y sin dejar a un lado ese gol que regala y que le hace empezar el partido con handicap, lo que más le desnudan son sus prestaciones en una última media hora en la que jugó con uno más. Futbolistas al borde de un ataque de nervios, afrontando cada acción como si estuviesen en el descuento, sin visión de equipo, sin patrón de juego, apelotonados, sin ganar un duelo individual en el área... Ya no es solo perder en Riazor ante el San Fernando, es inquietarlo lo justo en ese tramo de partido, es mostrarse impotente. Álex fue el primero que dijo que había que exigirse más.

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