La Opinión de A Coruña

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Antonio Papell

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El fondo y las formas

El hundimiento de la libra esterlina se debió a unas propuestas presupuestarias descabelladas en que se otorgaban ayudas para salvar las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania de más de 150.000 millones de libras, a la vez que se hacía un regalo fiscal de 50.000 millones a las rentas más altas por el procedimiento de eliminar en el IRPF la tarifa más elevada del 45%, de forma que los más ricos solo pagarían como máximo el 40%. El desequilibrio consiguiente se resolvía apelando al déficit y engordando la ya abultada deuda. Y la indignación popular provino, sobre todo (incluso en las filas de los tories), del regalo fiscal a la clase alta en momentos de grave dificultad en un Reino Unido cargado de problemas y que todavía no ha amortizado el disparate del Brexit.

Algo parecido, guardando las distancias, podría decirse del regalo fiscal de Ximo Puig a quienes tengan rentas inferiores a 60.000 euros (prácticamente todo el mundo menos una minoría rica) y de la supresión del impuesto sobre el patrimonio de Moreno Bonilla, que beneficia a 20.000 andaluces. Es cierto que el impuesto sobre el patrimonio tiene detractores y puede reconsiderarse globalmente, pero no puede utilizarse con fines tan elocuentemente sesgados y políticos. Igualmente cabe opinar sobre el regalo de Puig, siendo Valencia una comunidad siempre quejosa de su escasez de recursos porque dispone de una mala financiación.

Jugar con los impuestos con fines clientelistas y, en el seno del mismo país, para provocar deslocalizaciones, es una indignidad. No por los impuestos en sí, cuya composición puede y debe debatirse, sino porque es un dislate mezclar los tributos, que sostienen nuestros servicios públicos, con una picaresca de la peor estirpe.

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