La Opinión de A Coruña

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Elena Neira

¿A prueba de recesión?

E l streaming, tan imprescindible en tiempos de pandemia, se enfrenta ahora a una coyuntura económica complicada que comienza a hacer mella en los hogares. La consultora Deloitte estima que se producirán 150 millones de cancelaciones de plataformas de streaming solo este año. Y el próximo pinta peor. La ligereza con la que antes se gastaban unos pocos euros ha dado paso a una reflexión mucho más meditada sobre el uso real que se le da a cada servicio contratado. Es muy posible que no renunciemos por completo a ellas pero, sin duda, pensaremos con mayor detenimiento si hace falta tener tantas.

El streaming en modelo de suscripción ya no es sostenible para el usuario y, en realidad, tampoco lo es para las plataformas. Su éxito fue el triunfo de una idea muy simple: seducir al cliente potencial con una oferta abundante para que aceptase pagar, mes a mes, una módica tarifa por acceder al servicio con independencia del uso que le diese. Las ventajas del streaming, que mejoraba la propuesta rígida y no tan abundante de la televisión, animaron a muchos a rascarse el bolsillo. La cosa no tardó en complicarse. Fidelizar al cliente los 12 meses del año las volvió dependientes de una elevada tasa de estrenos. Solo así se podía justificar no solo los aumentos de precio. Además, era preciso alimentar esa sensación en el cliente de que, si se daba de baja, se perdería algo importante.

El resultado es el negocio del streaming que tenemos en la actualidad. Es prácticamente imposible acceder a estos servicios sin sentirse profundamente abrumado ante lo inasumible de su oferta. Baste un dato: durante el tercer trimestre de este año, Netflix estrenó más de 1.000 episodios de contenido original, cinco veces más que los servicios de la competencia. Esto no solo genera una espiral de consumo imposible de satisfacer en su totalidad. También condena a la mayoría de los estrenos a un pozo de olvido por la presión de todo lo que llega la semana siguiente. El streaming se ha convertido en unos juegos del hambre en donde la victoria de uno parece ser siempre a costa de otro. Pero un modelo de producción que se ampara en colocar mucho producto, con la esperanza de que alguno se cuele en el corazón del cliente, es financieramente insostenible.

Las cosas han cambiado mucho en el seno de las economías familiares. El miedo que genera la inflación y la situación geopolítica ha puesto fin a la despreocupación con la que antes se afrontaban los gastos fijos mensuales. No lo van a tener fácil las plataformas. Ninguna oferta ni medida anticrisis, como el plan básico (y barato) de Netflix con anuncios, logrará frenar por completo la fuga de clientes. Retener a las mismas personas que contrataron alegremente planes anuales en el pico del coronavirus será ahora un trabajo titánico para el que no todos los servicios parecen estar preparados.

El streaming sin duda creó necesidades… que ahora la crisis podría borrar de un plumazo.

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