La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La inflación es un robo

La inflación es un ladrón furtivo que se lleva sueldos y ahorros sin que los asaltados se enteren. Se trata de un impuesto informal que ningún gobierno aprueba; y a la vez nada progresivo en tanto que les saca el mismo porcentaje a los propietarios de yates y a los que sufren graves dificultades para llegar a fin de mes.

Aquí y en Pekín (en China, algo menos) la inflación nos sube a todos la carga impositiva. Incluso a los millonarios que guardan su dinero en cuentas corrientes, que no es en modo alguno lo corriente.

También la subida de los precios les habrá mordido a los acaudalados un 6 por ciento de su capital el pasado año; y cerca de un 9 por ciento en este ejercicio, si son atinados los cálculos del Gobierno. Guardar los cuartos en Panamá o Suiza, como suele ocurrir, no les librará de esta insidiosa variante de la Agencia Tributaria que es la inflación. Y el que no se consuela es porque no quiere.

Puede que los ricos pierdan más por la impepinable razón de que son los que más tienen; pero su poder de compra bien puede afrontar este pequeño quebranto.

Los que de verdad van a sufrir este tributo son, como siempre, quienes menos dinero tienen; y en particular, la inmensa mayoría que no tiene ni mucho ni poco.

Bien es cierto que los sueldos subirán entre dos y tres puntos porcentuales en España; y que las pensiones se adaptarán a la subida de los precios, mientras haya dinero para pagarlas.

Queda claro, en todo caso, que siempre será mejor tener los precios a raya que un aumento de salario. Lo ideal sería combinar ambos factores, pero eso suena a imposible metafísico en un mundo donde se ha convencido a la gente de que puede comprar cosas a bajo precio y, a la vez, pagar sueldos altos —o meramente decentes— a los asalariados que producen esas mercancías.

Pongamos el caso de las pensiones, por ejemplo. Si a uno le suben la paga un 0,25 por ciento mientras los precios suben un 0,30 por ciento, la pérdida será de un 0,05, que tampoco es gran cosa.

No digamos ya si la inflación es cero, como en el año 2015; o si los precios bajan un 1 por ciento, tal que sucedió en el 2014; e incluso un 0,50 por ciento en el pandémico ejercicio de 2020. Aunque los salarios y pensiones no subieran en absoluto, los asalariados habrían ganado poder adquisitivo. Milagros de la economía.

Un posible remedio a esta desdicha lo ofreció años atrás la Royal Society de Londres, al proponer que el peso del kilo se redujera en 50 microgramos, basándose en complejas razones científicas. La propuesta no tuvo particular éxito, aunque algunos fabricantes ya la han puesto en práctica al reducir el peso de algunos productos, manteniendo a la vez el precio anterior.

La idea no puede ser más feliz. Los comerciantes, los industriales e incluso los hosteleros podrían bajar el peso de las raciones en vez de subir su importe, con el lógico beneficio que eso proporciona, sin duda, a todas las partes implicadas en la transacción. Los empresarios conservarían intacta la ganancia sin necesidad de impopulares subidas y los consumidores se harían la ilusión de que el dinero les cunde más.

Todo lo malo será que el cliente se dé cuenta del truco. Pero qué es la economía sino un juego de prestidigitación.

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