La Opinión de A Coruña

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Olga Merino

La espiral de la libreta

Olga Merino

Queipo de Llano: ya venía siendo hora

Desde la serenidad, me congratula que al fin vayan a exhumarse los restos del teniente general Gonzalo Queipo de Llano de la basílica de la Macarena, en cumplimiento de la ley de memoria democrática. Mi abuelo sevillano, quien estaría a punto de cumplir los 109 años, se acordaba muy bien de él. Al caer de la tarde, profería su discurso habitual desde Unión Radio Sevilla, la bravata de turno: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombres. De paso, también a las mujeres de los rojos, que ahora, por fin, han conocido a hombres de verdad y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará” (23 de julio de 1936). Se adelantó a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich, en el uso de la radio como instrumento para la guerra psicológica. Queipo de Llano dejó en el sur un rastro de 45.000 muertos y 700 fosas comunes.

Mientras escribo estas líneas, imagino un enjambre de voces tenues que se solapan, un zumbido monocorde, un susurro muy débil:

–Qué murga con la guerra del abuelo.

–Olvídense ya de los muertos.

–La Guerra Civil fue un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia (esta es de Pablo Casado).

Violencia selectiva

Sería prudente examinar la figura del exhumado antes de sacar la artillería verbal de la equidistancia. Tal vez se ha dispensado mayor atención a otros episodios de la Guerra Civil (el bombardeo de Gernika, la batalla del Ebro o la caída de Barcelona), pasando de puntillas sobre la violencia selectiva y la estrategia represiva que aplicó el fascismo sobre Andalucía y Extremadura: una guadaña ciega. El historiador extremeño Francisco Espinosa Maestre, quien durante años se ha quemado las pestañas en los archivos militares, en el ensayo La justicia de Queipo, califica de “genocidio” la matanza iniciada el 18 de julio por los sublevados y culminada a fines de agosto de 1936 en esas tierras.

Se cumplen 40 años de la victoria socialista, encarnada por Felipe González, periodo en que el país vivió la transformación más rápida e intensa de su historia. Ciertamente, a España no la reconoció luego “ni la madre que la parió”. En la novela Un tal González (Alfaguara), Sergio del Molino ha tenido la valentía de reivindicar el esfuerzo de la Transición, que ahora se denuesta desde algunos sectores.

Se hizo entonces lo que se pudo. Pero quedan algunos asuntos pendientes. Los golpistas de 1936 no pueden permanecer inhumados en un lugar preeminente de acceso público. Ni los muertos en las cunetas. Quienes reivindican la memoria buscan justicia y reparación, no venganza.

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