Soy abolicionista. Sí, así es. No puedo entender que se le pretenda dar carta de naturaleza al abuso. Y esto es lo único que hay detrás de cualquier actividad tan asimétrica como la prostitución, en la que hay el que ordena y manda (el cliente) y quien obedece y ejecuta, a cambio de una remuneración. Un mundo en el que no existe libertad, por dos motivos. El primero, porque la mayoría de las mujeres que se ven abocadas a tal tarea son llevadas a ella mediante el engaño o la fuerza, y porque existe toda una industria detrás, mayoritariamente masculina, que se lucra con ello. Y el segundo porque, aún si alguna mujer se acercase a tal actividad por voluntad propia, siempre —en la abrumadora mayoría de los casos— hay detrás una necesidad manifiesta. Nadie elige la prostitución por gusto. Porque, si por gusto fuese, la persona elegiría con quien irse, no teniendo que satisfacer a todo aquel que entre por la puerta, independientemente de sus características y actitudes. En la prostitución hay siempre asimetría, y esta implica una relación lastrada por el peso de lo crematístico. Si no hubiese necesidad, su existencia sería anecdótica.

De verdad, las personas en situación de prostitución no recurren a ese modo de vida por capricho o porque les guste. En absoluto. He tenido la oportunidad de conocer muchas realidades de personas atrapadas en dicho ámbito, y siempre me han expresado que estaban ahí porque, por una razón o por otra, no tenían otras posibilidades. Bien por las dificultades generales de inserción laboral, por situaciones irregulares o de manifiesta vulnerabilidad, o bien por las deudas adquiridas, frecuentemente con quienes propiciaron la situación en la que están. También he podido ver muy de primera mano el encomiable trabajo de organizaciones no lucrativas especializadas en el sector, y asistir a la lucha diaria de muchas personas para intentar romper los lazos, propios o ajenos, con lo que es, no cabe duda, una de las esclavitudes más preocupantes del siglo XXI.

Buenos días. He empezado así, a bocajarro, con dos párrafos cargados de contenido. Y lo son en un tema que hoy está muy en la agenda, vistos los esfuerzos de una parte del arco político para insistir en prácticas de tolerancia cero con la actividad de los proxenetas o de los clientes de las personas en situación de prostitución. Algo con lo que, como les he dicho ya al principio de esta columna, concuerdo. Creo que no es posible la normalización de la prostitución como una actividad laboral más porque, en sí, encierra violencia contra las personas. Y, focalizando mucho más, contra la mujer, principal víctima de esta industria tan boyante, con la que —no debemos olvidarlo— muchos se lucran.

Este no es un debate moderno. Ya les he contado que, en el pasado, tuve ocasión de intervenir en algún apasionado debate en O Hórreo, en el seno del grupo socialista, cuando fui invitado para departir sobre ello desde la óptica del movimiento social. Y ya en aquella ocasión pude constatar como verdaderamente se producían chispas entre, siendo compañeras de bancada en el Parlamento, quienes entendían la postura abolicionista que yo también defiendo y quienes, desde un cierto posibilismo, apostaban por legalizar la actividad, estableciendo un grupo de cotización específico para ello. A mí no me vale esto último. Yo en lo que creo es en cambiar la sociedad y generar oportunidades para que tal modificación de la norma jamás tenga que llevarse a cabo.

Ser abolicionista no significa perseguir a las personas en situación de prostitución, que no dejan de ser víctimas. Pero sí a quien fomente o promueva dicha actividad. Y, de forma novedosa, también a sus clientes. Porque en esta dialéctica no se puede estar en la procesión y, a la vez, repicando. O uno denosta el abuso o es parte del mismo. Y si mira para otro lado, se retrata. Los clientes son parte de la lógica de la prostitución, y yo sería partidario de la sanción a los mismos, como forma de preservar la libertad de las mujeres. Habrá quien no lo entienda, y que afirme que la libertad es que cada uno haga lo que quiera. Pero no, queridos y queridas. Para que la libertad exista hay que crear el marco para ello. Y el pago de dinero por sexo no implica libertad. Otra cosa, evidentemente, es que cada persona haga lo que considere conveniente con quien quiera. Pero, entonces, no puede haber remuneración que incline indefectiblemente tal actividad hacia un servicio y, en puridad, la sitúe en el ámbito al que me refiero y que considero vulnera tal libertad.

Dicen las estadísticas que cuatro de cada diez hombres españoles han recurrido alguna vez a personas en situación de prostitución. Me parece grave, me sorprende y me entristece. Y más, todavía, el hecho de que muchos de esos hombres sean jóvenes o muy jóvenes, viéndose que las nuevas generaciones no aborrecen tales prácticas, ligadas a la violencia de género. Creo que deberíamos reflexionar sobre ello como sociedad. Y ser consecuentes entre lo que se predica y se realiza, redoblando los esfuerzos en lo educativo para situar cada cosa en su lugar. Y es que, lo reitero, es bien distinto creer en la libertad personal y en las decisiones maduras de personas en un contexto de simetría, que recurrir a relaciones asimétricas, pagando a quien no tiene capacidad de maniobra ni, por supuesto, de decidir. Ser cliente de prostitución es situarse en el lado oscuro y contribuir a mantener tal falta de libertad. Pues, por lo que parece, cuatro de cada diez hombres ahí están...