La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Europa va cogiendo color

Están que echan las muelas los racistas y demás personal de ese gremio por la reciente elección de Rishi Sunak como primer ministro del Reino Unido. Sunak es hijo de migrantes de la India, detalle más bien anecdótico que no importó mucho ni poco a sus colegas del Partido Conservador que lo han puesto donde está. Y si deciden cargárselo —como suelen hacer con sus jefes de gobierno en los últimos meses— no será a causa de su origen indio.

Tampoco a los londinenses les preocupa que su actual alcalde, Sadiq Khan, sea de familia paquistaní y fe musulmana. Se conoce que lo llevan votando desde el año 2016 por su eficiencia como gobernante, sin temor alguno a que les predique las bondades de Alá desde la alcaldía de Londres. Gente rara estos ingleses.

Al propio Boris Johnson, que luce un admirable corte de pelo, basado según dijo en “el azar y las fuerzas de la Naturaleza”, nadie lo votó por despeinado. Tampoco lo echaron del cargo por esa razón.

Chocará algo, si acaso, que el recién estrenado Sunak sea uno de los que más empeño ponen en limitar o impedir la entrada de inmigrantes al Reino Unido. Por paradójico que resulte, se trata de algo muy natural. Bien o mal, el premier actúa como miembro del Partido Conservador y no como descendiente de una determinada etnia. Es lo que ocurre en los Estados modernos, basados en los valores de la ciudadanía compartida, que no en los de la sangre.

Quizá sea menos conocido el caso del primer ministro portugués, Antonio Costa, que también tiene antecedentes familiares en los dominios del viejo imperio que en su momento fue Portugal. Su ascendencia por rama paterna se remonta a la antigua colonia de Goa, en la India; lo que se refleja en el tono de su piel.

Los portugueses, que son gente sosegada y de hábitos levemente británicos, no le dieron más valor que el de la mera anécdota a este detalle, tan relevante como ser rubio, pelirrojo o tener la cara adornada de pecas.

Poco tiempo les ha faltado sin embargo a los ultras para interpretar que la llegada al poder de políticos de diferentes colores y credos está a punto de hacer perder su esencia a Europa.

Basta echar un somero vistazo a lo que se publica en las redes sociales. La culpa de estos desarreglos en el correcto orden blanco de las cosas la tendrían la globalización, la Agenda 2030, el potentado George Soros, los chips de Bill Gates y hasta el Papa argentino, de acuerdo con la parte más extremosa de la opinión.

Para estos añorantes de lo viejo, la arribada de gobernantes de distinto color a algunos países sería una primera avanzadilla de la invasión de Europa por los bárbaros. Y por disparatado que parezca, su discurso empieza a prender entre aquellos a quienes las simplezas les resultan más fáciles de digerir que el uso —siempre fatigoso— de la razón.

Casos como el del tradicionalmente vanguardista Reino Unido o el más cercano de Portugal sugieren, por fortuna, que aún queda mucha gente capaz de entender con normalidad el hecho de que Europa vaya cogiendo color. Después de todo, la primera potencia del mundo es un país de inmigrantes donde nadie se precia de descender de esta o aquella etnia. Los ahora americanos descendieron, simplemente, de los barcos.

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