Déjenme que les salude de nuevo, en estos primeros días de noviembre y caminando a paso firme ya hacia el veranillo de San Martiño, último coletazo tradicional del estío. Pues aquí estamos, con menos horas de luz, después de haber vuelto al horario de invierno, y empezando a vislumbrar el remate de otro año más que, de ser el caso y llegado el día, sumaremos al haber de nuestras respectivas bitácoras vitales. Ojalá les vaya todo bien. Se lo deseo de corazón.

Pero, mucho más allá del devenir de las cuitas de cada cual, siento que algo marcha mal en clave colectiva. Y es que cuando miramos a nuestro planeta con visión macro, muchos indicadores están dando avisos de que existen problemas enquistados y que hasta evolucionan en el sentido contrario a aquel que nos gustaría. En particular, uno de los rasgos más notorios y alarmantes ahora es el de la existencia de un importante grado de polarización, del que ya hemos hablado alguna vez. Un fenómeno que, para mí, surge a partir de dos premisas. Por un lado, la existencia de visiones diametralmente opuestas de la sociedad, la convivencia y el futuro. Y, por otro, la irresponsabilidad de quienes las comandan y de sus colaboradores, que no dudan en jugar con fuego y crear y alimentar debates y conflictos en los lugares en que operan, con el único objetivo de pretender salir mejorados de cara a sus respectivos intereses. Muchos de ellos en clave política, como habrán podido imaginar, orientando todo su afán a la victoria en unas elecciones, pero otros en clave económica y hasta social, con una destrucción manifiesta en tales ámbitos, a favor de nuevos actores gigantescos —empresas, organizaciones...— en muy pocas manos. Y es que este líquido siglo XXI viene marcado por la polarización como una de sus claves y sus señas de identidad más genuinas. ¿Seremos capaces de cambiarlo?

Mientras todo esto sucede, las consecuencias de tal situación en mil ámbitos no se dejan esperar. Y una de ellas es, sin duda, el escaso margen con el que hoy se ganan, cada vez más, las elecciones democráticas, en una tendencia que no es regional o continental, sino planetaria. Vean el último episodio de ello en el ajustado triunfo de Lula sobre Bolsonaro en Brasil, enorme país emergente llamado a tener protagonismo creciente en la sociedad del mañana. Dos visiones antagónicas, las de sus protagonistas, que fagocitan cualquier otro intento de propuesta o de visión más transversal y centrada. Y maquinarias de poder y comunicación que abarcan todos los ámbitos, especialmente en el caso del ultraderechista Bolsonaro, y que se encargan de fabricar una intrahistoria y una posverdad que generan el caldo de cultivo que identifican como idóneo para poder recibir el apoyo de un pueblo cada vez menos imbricado en su propio devenir. Nada nuevo, ya ensayado y utilizado por Trump en los Estados Unidos de América, pero ahora más habitual, y que pone a los equipos de marketing político en la cresta de la ola, más allá de la realidad y de las propuestas concretas dibujadas en un clásico programa electoral.

Si dirigimos la mirada a nuestro entorno, Europa y España, más de lo mismo. Avanza el bipartidismo irreconciliable, mientras las influencias de minorías con poder de decantar la balanza a uno o a otro lado por su papel de bisagra también se hacen notar y condicionan el producto final. Pero... ¿quién pierde en todo esto, más allá de cuatro sillones en gobiernos fugaces y posiciones de poder efímeras y que no resisten el paso del tiempo? Pues, para empezar, la cordura. La lógica común. La búsqueda del bien común y del bienestar colectivo, fraguándose sociedades en las que, como ocurre también en los ámbitos empresarial y económico, unos ganan y se consolidan cada vez más para que otros —la mayoría— se hundan cada día con mayor intensidad. Así, la sociedad de hoy es cada vez más bipolar, en todos los aspectos, empezando a correr el riesgo de convertirse en más dura y hostil. Se acentúa la brecha social, la renta disponible y se bloquea y hasta se fractura el ascensor social. Las personas y las corporaciones que más beneficios obtienen están ya a nivel estratosférico cuando lo que entiendo como razonable, que todos los seres humanos tengan posibilidades reales de prosperar, se va más al terreno de la utopía. Cada vez está todo más polarizado, como digo, de forma que las ricas escalas de grises van pasando a la extinción, conformándose una sociedad en blanco y negro. Una sociedad de extremos.

Y... ¿es eso lo que queremos? Yo, francamente, no. Creo que en la simetría, y eso nos lo enseña la Física, está el equilibrio. Y que los grandes cataclismos suceden en situaciones donde la diferencia de potencial entre extremos es imposible de conciliar con tal equilibrio... Ojalá me equivoque. El tiempo... lo dirá. Y, por lo que puedo intuir, y en el nivel de polarización creciente, no hará falta tampoco demasiado...