La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El ubicuo Javier Solana

Van cuarenta años desde la primera —y arrolladora— victoria electoral del PSOE en octubre de 1982. Antes conmemoramos también los cuarenta años desde la implantación de la democracia; y más atrás en el tiempo, los cuarenta años de la dictadura, los cuarenta desde el final de la Guerra Civil y los cuarenta desde el alzamiento militar contra la II República. Gustamos de trocear la Historia en periodos de cuarenta años, quizás por influjo de uno de los juegos de mesa favoritos. Ahí es nada la satisfacción de “cantar las cuarenta”, una expresión que alude también a la forma de advertir a alguien en voz alta que se está equivocando. Los cuarenta sirven también para enumerar los discos que más suenan en las emisoras de radio, según criterio de los oyentes, o escuchantes, palabra que, tras su hallazgo en un rincón olvidado del diccionario, se puso de moda entre los locutores más sofisticados.

Los que vinimos al mundo el mismo año que Felipe González y Javier Solana recordamos perfectamente aquella efeméride. Todos sabíamos (bueno, todos no) que el triunfo por mayoría absolutísima del PSOE no era equivalente al socialismo tradicional, ni siquiera a la socialdemocracia que podían representar, por ejemplo, Willy Brandt, Olof Palme, Clement Attlee y Bruno Kreisky, entre otros. González se reveló inmediatamente como un social-liberal cuyo principal objetivo era enviar señales de concordia y buen trato hacia los militares que acababan de resistir la tentación de secundar el golpe de Estado del 23-F. (El mismo González y su ministro de Defensa, Narcís Serra, visitaron la Acorazada Brunete embutidos en unos loden de color azul oscuro que era algo así como el símbolo de la democracia naciente en contraste con el loden verde de los ultras y de los notorios notarios como Blas Piñar). Pero también a la oligarquía financiera, a la Iglesia Católica, y a sus propios votantes para que no se hicieran demasiadas ilusiones. Por descontado, también hubo acuse de recibo para tranquilidad de los prestamistas alemanes y de los norteamericanos. (Los países vencidos suelen ser reos políticos de quienes los derrotaron). Y también hubo garantías renovadas de permanecer en la OTAN, después de que Calvo Sotelo, tras el “susto” de Tejero, nos hubiera integrado en ella con menos trámite del que se necesita para matricular a una hija en un colegio de enseñanza media. El político sevillano acreditó condiciones para enfrentarse a la enorme tarea que cupo en suerte mientras se abría camino hacia la integración en la Unión Europea. A saber: devaluó la peseta, subió la gasolina, redujo la semana laboral, impulsó la reconversión industrial e intervino Rumasa. Muchos logros en su haber y algunas zonas oscuras como la sospecha de su implicación en las actividades criminales de los GAL.

Algunos hacen notar la ausencia de Guerra en el acto de exaltación de Sánchez. El supuesto número 2 del PSOE estaba considerado como el hombre de confianza de González. No es cierto, según mi opinión. Solana ha sido el auténtico alter ego de Felipe. Fue nombrado ministro de Cultura para privatizar los periódicos del Estado; de Educación, para favorecer a los colegios de la Iglesia Católica, con Rubalcaba de peón de brega; de Presidencia, para lidiar con el funcionariado de nivel; de Defensa, para hacer aún más fuerte la ligazón militar con Estados Unidos, y con la OTAN; de Asuntos Exteriores, para mejorar la posición de España dentro del Bloque occidental. Terminada esa función fue nombrado secretario general de la OTAN durante el bombardeo de Yugoslavia. Luego míster PESC como jefe de la diplomacia europea. ¿Quién da más?

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