La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas Galantes

Ánxel Vence

Sacando pecho (o pechos)

A Víctor Mature, musculoso galán cinematográfico del pasado siglo, le reprochaba Groucho Marx que el tamaño de sus pechos excediese al de las actrices con las que compartía reparto. Por una vez, el franquismo estuvo de acuerdo con Marx. Un censor de la época anotó en su informe sobre Sansón y Dalila —el filme más famoso de Mature— que “los pechos de Sansón son a todas luces pecaminosos y desproporcionados”. De milagro no prohibieron la película, quizá porque era bíblica.

Muchos decenios después, Mature parece servir de modelo a una parte de los políticos (y las políticas) de España. Hay una competición por ver quién saca más pecho frente al adversario, aunque eso resulte un tanto delicado en el caso de las señoras, a las que la anatomía concede ventaja.

Quizá para contrarrestar esa desigualdad, algún dirigente varón acostumbra a vestir tres tallas menos de la que le correspondería, con lo que realza sus pectorales al modo legionario. Cierto es que ninguno de los Matures españoles puede compararse con Vladimir Putin, supermacho en versión eslava que se hizo fotografiar montando a caballo y con el torso literalmente al aire. En España hay más recato.

Los y las que aquí sacan pecho lo hacen en sentido figurado, más o menos como su colega italiana Georgia Meloni que, en efecto, exhibió dos melones (de la variedad Galia) el día de la votación en la que salió elegida primera ministra. No fue un detalle precisamente sutil, pero tampoco ha de ser delicadeza lo que le piden sus votantes.

Melones y Meloni aparte, sacar pecho es una expresión que en español equivale a mostrar orgullo o plantear un desafío al contrincante. Mejor sería razonar y proponer cosas al electorado, pero no es menos verdad que ese tipo de actitudes bravuconas encajan perfectamente en el actual ambiente político del país. Lo que se valora en esta nueva contienda de rojos y fachas son los zascas al contrincante y las evocaciones más o menos nostálgicas de la guerra civil.

La exhibición del pecho ha sustituido a la vieja costumbre —aún vigente— de apelar a los bemoles como argumento de autoridad. Ahí también salen damnificadas las señoras, carentes en general de testículos. Lo que no quita que alguna que otra haya edificado su carrera política sobre la base de echarle huevos a sus decisiones y no a la sartén, como parecería más lógico.

Algo vamos progresando, cuando menos en materia anatómica, con la nueva apelación al pecho como símbolo de arrojo. No quiere eso decir que haya perdido popularidad la costumbre de arreglar cualquier problema con un par de narices —de las situadas a la altura de la entrepierna— siguiendo la histórica tradición de la cabra hispana. Un animal totémico que, como se sabe, usa la cabeza para embestir en vez de dedicarla al nefasto vicio de pensar

Poco importa que la única vez que España ganó el Mundial de Fútbol no lo hiciese por pelotas, como sugería la vieja escuela, sino jugando bien a la pelota. Pero ahí seguimos, erre que erre con lo de echarle huevos a todo, como si la vida y la política fuesen una tortilla de Betanzos.

Ahora hemos cambiado el hábito testicular por el de sacar pecho en plan Víctor Mature; pero sigue invariable la costumbre de razonar con todo excepto con la cabeza. No paramos de volver al siglo XX.

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