Les saludo en este nuevo día. ¿Qué tal les va? Una vez más, y no me llamen reiterativo, espero que fenomenal. Ojalá. Y, si no es así, espero que el motivo de su desasosiego o su preocupación tenga solución, de forma que me puedan volver a contestar que están bien. Al fin y al cabo, de eso se trata. De percibir nuestro paso por la vida, en cada minuto, como una oportunidad para la maduración y el crecimiento personal, y para la aportación a lo colectivo. Pueden llamarlo como quieran, según cada cual -amistad, realización en lo profesional, disfrute de las actividades que nos apasionan- pero, en realidad, esto más la adquisición de un aceptable nivel de sosiego y paz, es lo que nos da vida. Algo fundamental, ya que nuestro periplo personal está indefectiblemente trufado también de malas experiencias, verdaderas catástrofes, algunas desgracias y días aciagos. En que en la amalgama de todo ello esté el equilibrio radica, para mí, la virtud. Ya me dirán qué piensan ustedes de todo ello...

Hoy, saludados y saludadas ustedes, me meteré en el tema que les propongo, muy de actualidad. Se trata del desalojo de los restos del general Queipo de Llano de la basílica de La Macarena, en Sevilla, entregándoselos a su familia para proceder a su inhumación en algún otro lugar, mucho más privado. Algo que hunde sus raíces en un tiempo especialmente oscuro y catastrófico en nuestro país, precisamente sembrado de desgracias personales y colectivas, con un panorama general verdaderamente cruento. Y es que las guerras son siempre duras. Y, en particular, aquellas que destruyen desde dentro una comunidad, y que se ensañan con las personas de la manera que entonces se hizo.

Déjenme que no entre ahora en las siempre inevitables polémicas sobre los unos y los otros. Para mí es meridiano que unos eran un Gobierno legítimo, mientras que los otros perpetraron un golpe de Estado, lo cual ya dice mucho de mi posición. Pero esa no es la cuestión de hoy. Y, además, creo que el tema es lo suficientemente complejo y lleno de matices como para que sea necesario abordarlo desde un nivel de especialidad sobre la cuestión del que yo carezco. Por tanto partamos de una idea más neutra de que, a raíz del conflicto, en el mismo se cometieron desmanes y se generó una insoportable situación que implicó penurias, calamidades y mucha tristeza. Creo que, a partir de esa idea más fácil de digerir desde diferentes puntos de vista, se pueden identificar más elementos de acuerdo y consenso, con la idea de mirar el futuro.

Y ese futuro pasa, para mí, por acciones como el presente cambio de ubicación del general Queipo. Porque su papel en la represión y sus continuas arengas, incitando a la violación de las mujeres del bando contrario y al menoscabo de cualquier tipo de derecho humano, trascienden la propia toma de partido por cualquiera de los bandos en liza. Claman al cielo, convirtiéndose “per se”, desde mi punto de vista, en pruebas claramente incriminatorias de delitos de lesa humanidad, hoy tipificados como crímenes de guerra. Tú puedes tener tu idea y pensar que tu país irá mejor así de una forma o de otra, planteando tal tipo de políticas o las contrarias.. Yo todo eso lo puedo entender y respetar, siempre que tal cosa se realice en democracia y observando todos los necesarios respetos. Pero decir lo que este hombre manifiesta, además recogido de forma prolija en cientos de testimonios radiofónicos en Radio Sevilla, no tiene vuelta de hoja. No hay distorsión posible, porque las fuentes están ahí y se conocen públicamente. Es él, hablando, y esas son sus ideas y propuestas, actitudes y creencias. Y, en consecuencia, dibuja un perfil que vergüenza debería darle a cualquiera, independientemente de su punto de vista.

Es importante recuperar la memoria. No como revancha o para distorsionar la Historia. Pero no olviden que la misma siempre la escriben los ganadores. Y, en este país, muchos supuestos hechos reales están tamizados por esa censura. Del conocimiento real de los hechos surge la oportunidad de no volver a equivocarse. Y es importante que entendamos lo que ocurrió, para intentar que -pase lo que pase- no se vuelva a entrar en tal luctuoso y execrable terreno. Por parte de nadie. Queipo fue y es un símbolo de lo que no se debe hacer jamás. Y, en consecuencia, no merece un lugar en edificio relevante, simbólico y público. Todo lo contrario. Y esto no tiene nada que ver con la ideología. Es más bien un problema de cordura y de humanidad.