La Opinión de A Coruña

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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

Cliente cautivo

Los estados han hecho a los bancos obligatorios. No se cobran nóminas en mano ni recibos puerta a puerta. Hace 50 años, sí. Se recuerda, sin nostalgia, a quienes lo hayan olvidado y se informa a quienes lo ignoren. Con las domiciliaciones bancarias las empresas ahorraron el riesgo del trasiego de dinero, al personal encargado de pagos físicos y el enjambre de cobradores por oficinas y portales.

Desde hace 20 años los estados quieren todo en apunte bancario para evitar fugas fiscales...

(Me entra la tos, disculpe).

... lo que convierte en cliente del banco a todo el mundo. El cliente es lo que queda al otro extremo del accionista. En la cadena trófica bancaria el cliente alimenta al accionista. Somos un banco de peces llevado por tiburones. Y solo hay algo peor que ser cliente obligatorio: no poder serlo. El lío es tan gordo que esa fue la razón por la que se les pagó su crisis con dinero público, suyo y mío, sin vuelta, rico.

Olvidado el tiempo en que la gente se sentía privilegiada por ir del banco; vigente la falsa idea igualitaria surgida después de la estafa general de 2008, por la que la información ha de ser transparente y el firmante ha de dar su consentimiento informado, en la nueva etapa el cliente no importa nada. Está obligado a estar y, como no tiene adónde ir, ni siquiera hace falta darle adónde ir, así que le quitan la oficina presencial. El cliente cautivo no tiene banco que compita por él, ni beneficiándole con los depósitos, ni con un tipo que haga más atractiva una oferta, ni evitándole comisiones arbitrarias.

Recomienda el Banco Central Europeo que la banca repercuta a los clientes el impuesto especial que les quiere poner el gobierno. Yo lo cobro y tú lo pagas: pura lógica bancaria. Ningún banco ha discutido esto, aunque estemos en una inflación alta y el montante del impuesto sea bajo. Los bancos están para ganar dinero y los trabajadores, para trabajar. Corresponde al Estado ser firme y encontrar el modo de que paguen la parte que les toca como grandes beneficiarios de una sociedad a la que no les gusta corresponder.

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