La Opinión de A Coruña

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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Tendencias de fondo

Hay dinámicas de fondo en Europa. Una de ellas es el estrangulamiento burocrático, que viene siendo una constante en la Unión desde hace años. Se trata de un hiperactivismo regulatorio, de carácter marcadamente elitista, que drena la capacidad competitiva de los países menos industrializados, sobre todo los de la cuenca mediterránea. La lentitud y cierta torpeza a la hora de reaccionar ante los problemas comunitarios, ya sean tecnológicos —¿cuántas batallas lleva ya perdidas Europa con Estados Unidos y China?—, financieros, diplomáticos o referentes a la seguridad, hace que se acumulen en forma de crisis no resueltas. Pero, por supuesto, hay otras tendencias de fondo: el invierno demográfico, por ejemplo que, a pesar de los continuos flujos migratorios, incide de un modo muy especial en el dinamismo económico del continente. Una población envejecida no solo implica mayores gastos consolidados que merman el Estado del bienestar —en forma de pensiones y sanidad—, sino también inversiones más conservadoras y una menor innovación empresarial. De ahí que haya países —entre los más cercanos, es evidente el caso de Francia— que consideren el fomento de la natalidad como una política de Estado imprescindible. No parece, sin embargo, que España tome nota: antes hay que ganar las elecciones y es preferible destinar el caudal presupuestario a otros segmentos de edad con mayor fidelidad de voto.

Las dinámicas de fondo también se traducen en emociones políticas, de un signo o de otro. Hace unos años, por ejemplo, volvió el populismo en su doble vertiente —de izquierdas o de derechas— y con distintas variedades nacionales según el lugar. De Cataluña a Escocia, de Italia a Grecia, la llegada del populismo —a menudo financiado por los intereses rusos— ha significado la puesta en marcha de corrientes profundamente divisivas, ocultas bajo el señuelo de una democracia más plena. Su experiencia ha sido —y sigue siendo— un fracaso, puesto que ninguna sociedad europea ha salido incólume de su paso. El debate público se ha empobrecido de modo muy notable, hasta el punto de que sea casi imposible una conversación civilizada. El enconamiento ha tomado las redes sociales, al igual que las noticias falsas o, peor aún, las medias verdades. De repente, muchas naciones —partidas en dos— ya no se reconocen a sí mismas. ¿Es el Reino Unido un país más próspero y unido después del Brexit? ¿Lo es España, tras la revuelta catalana? En Francia se consolida un viraje notorio hacia la derecha, mientras que en Alemania el giro se produce hacia la izquierda. Solo cabe temer, para los próximos años, que la distancia entre París y Berlín siga creciendo y que se agraven las tensiones no resueltas entre ambos países. Los Estados del sur, como protectorados de un norte enriquecido, seguirán alimentando un rencor inconsciente causado por el ninguneo de sus socios. Quizás Europa esté condenada a algún tipo de ruptura. O no. Todo dependerá de la reacción de Bruselas ante el continuo deterioro de la calidad de vida de los europeos, especialmente de los más jóvenes. Desde el final de la II Guerra Mundial, los países centrales han sabido reaccionar frente a las crisis. Al menos, hasta hace unos veinte años. Quizás haya llegado el momento de que vuelva un Adenuaer a la Unión y nos ponga en forma. Pero, ¿dónde encontrarlo? No parece que pueda surgir de ninguno de nuestros actuales líderes.

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