12 de noviembre. Les saludo de nuevo. ¿Qué tal siguen? El caso es que la actualidad continúa con su ritmo, siempre trepidante. Y ahí, en medio de ella, se vuelven a cruzar nuestros caminos. Un nuevo día, pues, compartiendo... Ojalá sea una jornada especial y bonita para todos ustedes.

Hoy, si me lo permiten, me gustaría contarles algo que, quizá, les sorprenda. Se trata de la capacidad que tienen determinados ambientes ricos en polvo de un material combustible para producir una deflagración. Una explosión. Y, ¿por qué me da ahora a mí por hablar de esto? Pues, como siempre, lo hago por seguir la actualidad. Y, más concretamente, a partir de lo que leo sobre el fatídico accidente en la antigua Pontesa, en Ponte Sampaio, con el resultado de varias personas heridas y, después de que no se pudiese hacer nada por él en el hospital de referencia de grandes quemados, el Chuac, también un fallecido. Allá vamos.

En primer lugar, quiero avisarles que desconozco las circunstancias del suceso en cuestión. Y que, por lo que dice la prensa, se han abierto varias investigaciones para tratar de esclarecer el mismo. Por tanto, esta columna no pretende dar las claves de algo que desconozco. Pero sí que, como hipótesis, plantearé en la misma que no es necesario que exista un material específicamente explosivo para que se produzca una violenta deflagración como la que agravó el incendio menor presuntamente declarado previamente, y que se daba por controlado, en la nave de Pontesa. Déjenme que se lo explique.

La cuestión es que todo el mundo sabe, imagino, que un gas de un material combustible es, a menudo, explosivo. Ocurre con los vapores emanados de la gasolina, por ejemplo. Si uno prende fuego a gasolina líquida, esta no explota. Simplemente arde, de forma controlada. Pero si tal sustancia está almacenada en un depósito cerrado, y uno provee a la misma de una energía de activación acercándole una llama, es fácil que se produzca una deflagración. ¿Por qué? Pues por los vapores contenidos en el mismo, una fase gas que cohabita con el líquido, y que sí es violentamente inflamable. Esa es la razón por la que muchos depósitos de carburantes tienen techos móviles, de forma que solamente pueda contenerse en los mismos tal fase líquida. Y esto es porque, al ser tan volátiles y estar separadas las moléculas del gas, la energía aportada por la llama llega a muchas de esas partículas a la vez y, a partir de las mismas, se produce la ignición del conjunto, en una reacción en cadena casi instantánea. El resultado es una explosión o, lo que es lo mismo, la entrega de toda la energía junta, correspondiente a tal reacción de combustión manifiestamente exotérmica.

Pues con el polvo finamente dividido de materiales combustibles pasa exactamente lo mismo. Si uno almacena harina de cereal, viruta de madera o similares, basta la existencia de una pequeña energía de activación para que, si se produce una primera combustión en un recinto con gran densidad de polvo, este nos entregue toda su energía de reacción a la vez. Y el resultado, una vez más, puede ser una violenta e inesperada explosión, exactamente igual que si hubiésemos acercado la llama a un gas. Y es que las partículas de polvo altamente concentradas juegan el mismo papel que las moléculas de un gas. Se activa la reacción, que se comunica de unas a otras, y la energía es liberada violentamente, con resultados verdaderamente impredecibles.

¿Fue eso lo que pasó en la antigua Pontesa? Pues no lo sé, pero lo que es evidente es que es altamente irresponsable almacenar una importante cantidad de cereal o serrín sin medidas especiales de prevención de tal riesgo. Sepan ustedes que no es la primera panadería o aserradero que revientan y quedan absolutamente destruidos por explosiones similares a partir de la combustión de una pequeña parte de, pongamos por caso, harina o serrín contenidos en silos. Si les sorprende, pueden buscar testimonios gráficos sobre el particular en Internet. Y es que el polvo finamente dividido de cualquier sustancia combustible es, en sí, explosivo. Y, consecuentemente, puede desencadenar un desastre.

En fin. La Justicia y los demás actores implicados dirimirán responsabilidades y avanzarán sobre las causas de todo ello. La pena es que haya habido personas afectadas y que alguna, por desgracia, no haya vuelto a amanecer. Eso es lo que más nos entristece. En cualquier caso, sea o no esta la cuestión en la etiología del problema, una vez más hemos acudido a la ciencia para tratar de entender aquellas cuestiones que nos preocupan de la vida cotidiana...

Sean felices, mientras los hados les sean propicios. Cuídense. Y cuiden a los demás. Y, para eso, nunca está de más tratar de entender racionalmente este mundo que nos rodea, y también a nosotros mismos...