Estaba de redactor en La Vanguardia allá por 1970 cuando el Nobel de la Paz recayó en un desconocido Norman Borlaug, norteamericano, del que me tocó informar. Del tal Borlaug pocas cosas se sabían, excepto que era un genetista, otros decían ingeniero agrónomo, uno de los mentores de la “revolución verde”, que había introducido unas variedades de cereales que habían evitado hambrunas en países del “tercer mundo”, según la terminología entonces al uso. Se citaba que en México, el “trigo enano” preconizado por Borlaug, un trigo de caña más corta que evitaba que la espiga se inclinase, había permitido unas cosechas antes inauditas acabando con la penuria alimenticia. Y otro tanto ocurrió en la India y Pakistán, con variedades de arroz tratadas por este genetista. Ahora me llega que podemos estar viviendo una “segunda revolución verde”, y copio de lo publicado por Amador Menéndez en este diario el 31 de octubre, que “mediante una modificación genética, los científicos han logrado que las plantas aprovechen mejor la luz solar, especialmente en días nublados, que se traduce en una fotosíntesis muy eficiente y el consiguiente crecimiento acelerado de las plantas”. Por no hablar de plantaciones en invernaderos, bajo plásticos, la agricultura hidropónica, y otras innovaciones que hacen más eficientes las prácticas agrarias que aseguran mayores recursos para una población creciente.