La Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático COP27 que se desarrolla hasta el 18 de noviembre en Sharm el-Sheij (Egipto) se presenta, de nuevo, como la cumbre de la última oportunidad para frenar el ritmo de calentamiento del planeta y evitar un cambio climático catastrófico para todos los seres vivos. Los últimos informes indican que se está produciendo una aceleración del aumento de la temperatura. El cambio climático es claramente perceptible en la acumulación de sequías y canículas récord, de inundaciones devastadoras y de extremos climáticos cada vez más pronunciados. La temperatura en Europa ha subido el doble de la media mundial y ya es unos 2,2 grados centígrados superior a la de la época preindustrial, superando ampliamente el objetivo de 1,5 grados fijado de los acuerdos de la cumbre de París de 2015, según el Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Medio Plazo.

De no cambiar el rumbo, se producirá una subida catastrófica de la temperatura global del planeta de 2,8 grados hacia final de siglo, según el informe de las Naciones Unidas sobre la Brecha de Emisiones 2022 del pasado 27 de octubre. La ejecución de los compromisos adquiridos —que no se cumplen— únicamente permitiría frenar la subida de la temperatura en el mejor de los casos a 2,4-2,6 grados, avisa el informe. Para lograr que el aumento de la temperatura no supere los 2 grados y se acerque al objetivo de 1,5 grados habría que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 45% adicional a lo ya previsto de aquí a 2030, concluye el informe de la ONU. Europa contribuye a empeorar la situación con el cierre anticipado en los últimos años de centrales nucleares (Alemania, Bélgica) y el aumento de la producción de electricidad con carbón, gran emisor de gases de efecto invernadero.

Pese a la gravedad de la situación, la cumbre de Sharm el-Sheij puede convertirse en una oportunidad perdida. La acumulación de tensiones geopolíticas y de crisis de todo tipo (energética, alimentaria, inflación, subida tipos de interés) crean un entorno que obstaculiza la cooperación internacional y la asunción de nuevos compromisos más ambiciosos. Las promesas de ayuda climática incumplidas por parte de los países desarrollados y la cicatería occidental hacia los países en desarrollo con las vacunas para el COVID-19 han acentuado la fractura norte-sur. La guerra de Ucrania ha dejado patente la división entre Occidente y una parte del mundo que rechaza aplicar sanciones contra Rusia. La política de Estados Unidos para intentar frenar el desarrollo económico y tecnológico de China dificulta la cooperación entre los dos mayores contaminantes mundiales, mientras que a África, que solo genera el 3% de las emisiones mundiales, se le exigen sacrificios energéticos que bloquean su desarrollo en plena explosión demográfica.

La transformación energética mundial en base a los actuales e insuficientes compromisos de reducción de emisiones de gases requiere inversiones estimadas por la Agencia Internacional de la Energía en tres billones de dólares anuales adicionales de aquí a 2030 (el 3% del PIB mundial), cuyo origen y financiación siguen siendo nebulosos. La drástica e inacabada subida de los tipos de interés ha disparado el coste de esas inversiones, obstaculiza asumir compromisos climáticos adicionales y requiere la implicación masiva del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.