Buenos días, queridos y queridas, en este fin de semana protagonizado especialmente por los niños y las niñas. Y es que no olviden ustedes que estamos en la antesala del Día Mundial de la Infancia, que Naciones Unidas conmemora cada 20 de noviembre. O que, como preámbulo, ayer día 18 celebrábamos otro día mundial con los más jóvenes como foco: el dedicado a la prevención de la explotación, abusos y violencia sexual contra los niños y las niñas. Un doblete de celebraciones que, para empezar, nos hacen tener muy presente que todo ello existe, y que las situaciones de extrema vulnerabilidad y abuso contra los más peques están lejos de ser erradicadas a nivel global. Por eso hay que seguir reivindicando, actuando y tratando de revertir aquellos elementos sistémicos que las propician, desde la pobreza extrema y la creciente desigualdad, hasta los vacíos de poder o la falta de acceso a la escuela.

Es por todo ello que dedicaré a este tema la columna, aunque no crean que me faltan otras cuestiones a las que referirme. En principio tenía pensado volver a mi sempiterno asunto de la AP-9, visto el anuncio de un nuevo astronómico, insoportable y deleznable incremento de un nueve por ciento en un peaje abusivo y vergonzoso, ante el que nuestros responsables públicos no parecen tener soluciones más allá de exiguos parches a corto plazo. También querría hablarles de la sensibilidad ante el dolor ajeno, por un par de cuestiones que he vivido estos días y que afectan a menores que conozco. Y, finalmente, quería tocar el tema del proyecto de la nueva Selectividad —ABAU—, que yo calificaré como aberrante desde mi punto de vista, y que abunda en el adelgazamiento continuado de todo lo que signifique contenido y esfuerzo en los programas educativos, tónica habitual en los últimos años.

Pero dejaré todo ello en el tintero y, en cambio, me centraré en la infancia. En sus derechos, pisoteados tan a menudo en el planeta entero. Y en las formas actuales de entender en nuestro contexto su educación, en los que a menudo se confunden la empatía, el cariño y el necesario respeto con una tolerancia cero a la frustración, o a una literal crianza entre algodones. Creo que es importante encontrar puntos de equilibrio, de forma que se preserven todos los derechos de los menores y se les dé todo el amor y todas las oportunidades, pero desde una actitud que diste de satisfacer todos los caprichos o de esconder todos los problemas. Vivir no es fácil, y eso lo tienen que entender los más peques desde que tienen la edad adecuada para enfrentarse a conceptos duros, como la enfermedad o la muerte, o a la adquisición de valores que no son siempre los más fáciles de asumir, incluyendo el esfuerzo y la tenacidad, la disciplina o el compromiso. No integrar todo ello en la educación que les damos a los más jóvenes puede sesgar su trayectoria hacia posturas menos realistas ante la vida, con el consiguiente golpe posterior, a veces con consecuencias irreversibles.

En particular, este domingo 20 la jornada dedicada mundialmente a los más pequeños aborda la temática de la salud mental. Y no lo hace por casualidad, ya que basta echar un vistazo a nuestro alrededor para ver que los problemas de tal índole entre nuestros niños y jóvenes van en aumento. No cabe duda de que la pandemia de COVID-19 ha influido en ello en los últimos tiempos, debido a una menor socialización y un mayor retraimiento obligado, pero también están detrás otras circunstancias, como un modelo de sociedad más fragmentado e individualista, o elementos que tienen que ver con conflictos y situaciones de mayor vulnerabilidad. En este último apartado, es importante resaltar el papel del deterioro creciente en las circunstancias vitales y el bienestar de las familias, que obviamente afecta también a sus miembros más jóvenes, muchas veces de forma especialmente dura y lacerante.

Ante ello, la sociedad no puede quedarse impasible. Si tenemos un futuro como sociedad, este tiene que venir de la mano de los niños y las niñas, así como de los jóvenes. Ellos serán quienes en un futuro piloten el timón de lo colectivo, y quienes heredarán aquello que hayamos construido. Y así para lo bueno, o para lo desastroso. Por eso hemos de cuidar sus circunstancias, intentando reducir su ya referida vulnerabilidad. Y, a partir de ahí, tratar de edificar una sociedad más justa, inclusiva e igualitaria en materia de oportunidades y de derechos. Algo que, desgraciadamente, dista de ser parte del panorama actual.

Para terminar, les cuento que en la cúspide de nuestras preocupaciones en relación con la infancia ha de estar también, para mí de forma muy prioritaria en Galicia, precisamente la falta de niños y niñas. Y es que somos, no lo olviden, una sociedad que —literalmente— se muere. Nuestro crecimiento vegetativo es negativo. Sobre ello es conveniente reflexionar, y tratar de buscar consensos y políticas verdaderamente potentes, orientadas a cambiar drásticamente la situación. Y es que si no fuese por el beatífico flujo migratorio continuado de personas provenientes de otros contextos geográficos, estaríamos ya en una situación de verdadera agonía. Pero esto no llega aún para revertir la realidad de hoy. Debemos plantearnos cambios.