Hablo de revitalización porque en los últimos años el Café Varela, situado en la calle Preciados 37 de Madrid, ha cobrado cada vez más fuerza y vitalidad. Y, no solo, que también, en lo que tiene de excelente restaurante de comida predominantemente gallega, sino en otros dos aspectos: el literario y el político.

Con respecto al primero de ellos, una obra titulada Café Varela. La historia de su tiempo pone a disposición del lector una referencia, sintética, de la larga y fecunda historia del Café Varela, que impresiona a cualquiera que ojee con solo ver los nombres de los escritores que frecuentaban el establecimiento.

En efecto, en sus mesas degustaron sus “café con media” y “café con gotas”, literatos de primera línea, en su gran parte del pasado siglo XX. Autores como, y solo por citar a algunos, Emilio Carrére, los hermanos Machado, Miguel de Unamuno, León Felipe, Julio Barja, Alberti, y más tarde, Camilo José Cela, José García Nieto, Gloria Fuertes, y Antonio Mingote, ocupando las mesas de mármol para tomar un café con media tostada de arriba o de abajo (según estuviera untada con mantequilla o no) o un café con gotas.

De la media tostada escribió Emilio Carrére que ejercía sobre él una especie de fascinación. “Se la considera algo así como una droga maravillosa”. Y relata que un amigo le decía que “no creo que haya placer en el mundo como el de comerse un par de medias tostadas bien empapadas en mantequilla y en café con leche”. Añadía Carrére “me como un par de tostadas y la mantequilla se me sube a la cabeza, me aclara las ideas, me despierta la imaginación, la facundia y entonces me pongo a escribir… Lo mismo me da verso que prosa. No soy yo el que escribe. Es la media tostada”.

Al leer estas palabras me viene a la mente el hambre que se debió pasar entonces, cuyo único efecto beneficioso —más del comer poco, que el hambre no puede tener ninguno— era que a uno no le daban la lata con el hoy omnipresente colesterol.

Se cuenta también en la obra citada que otra de las excelencias era “el café con gotas” que consistía en echarle al café gotas de coñac o ron, como hacía habitualmente José López Silva el autor del libreto de la Revoltosa. Hoy el café con gotas está delicioso ya que es de los de “puchero” y las gotas son de aguardiente de caña, orujo de Galicia. En el ámbito político, el Café Varela de sus primeros años fue uno de los centros de reunión preferidos de los políticos de los primeros años de la Segunda República.

Este Café Varela cierra el telón el 15 de mayo de 1959 y el acontecimiento tiene tal relieve que el ABC da la noticia en primera plana. Desde entonces empieza la cuenta atrás para la progresiva revitalización del actual del Café Varela. Para que pueda valorarse en su adecuada dimensión lo que representa hoy el Café Varela hay que aludir a un nuevo personaje que va a jugar un papel determinante en la reanimación de dicho establecimiento: Melquíades Álvarez, el cual deja de regentar el Torreón de El Pardo y con el bagaje de lo allí vivido desembarca en el Café Varela para agregar, a la actividad literaria ya extinguida que pronto revitalizará, el embrujo político que se trae del establecimiento anterior y que empieza a bullir entre sus mesas.

Bajo la dirección del citado Melquíades, empieza a conformarse un grupo de asistentes, en su gran mayoría gallegos, que frecuentan el “Varela” legitimados por su posición política, social y profesional. Los comienzos consisten en comidas organizadas por el diplomático Juan González Cebrián, que era jefe de relaciones externas de la Casa de su Majestad el Rey Juan Carlos I, el cual va invitando a gallegos y asimilados (entre ésos, Alberto Aza y Javier Zaragoza) residentes en Madrid y de distintas ideologías. Las comidas son un modelo de convivencia debido, sin duda, al talante abierto y tolerante de todos los asistentes. También frecuentan los almuerzos referentes del mundo literario y cultural, como César Antonio Molina, Alfredo Conde, Darío Villanueva y Ramón Pernas.

Pronto surge la idea de que convenía retomar el pasado literario del Café Varela y potenciar un premio de la época de El Torreón (La Pluma de Oro) para galardonar más que una obra literaria concreta una trayectoria en el mundo de las letras. Y nace el Premio Café Varela. En un primer momento, el Premio lo reciben escritores gallegos de reconocido prestigio, como los ya citados César Antonio Molina, Alfredo Conde, Ramón Pernas, Darío Villanueva, o periodistas de primer nivel como Bieito Rubido y Pilar Cernuda.

A partir de 2018, el premio se generaliza y los ganadores son autores naturales de otros lugares de España de la talla de Juan Manuel de Prada, Raúl del Pozo, David Trueba o el premiado este año Antonio Lucas. Además del reconocimiento literario, el premio consiste en una escultura obra del excelente escultor gallego Francisco Leiro, y consiste en una vara de plata sobre un soporte de piedra (Varela significa “vara pequeña”). El acto de entrega tiene lugar en el último trimestre de cada año y es una auténtica fiesta cultural.

Es por todo lo hasta aquí dicho por lo que se puede decir que Melquíades Álvarez en pocos años ha revitalizado el Café Varela y que, si dicho establecimiento tuvo que cerrar en 1959, hoy goza de muy buena salud. Es un magnífico restaurante en el que a diario es fácil encontrarse con políticos y escritores notoriamente conocidos. No sé si se puede querer a un restaurante, pero visto lo que escribió Carrére de las medias tostadas con mantequilla, yo me atrevo a predicar lo mismo letra por letra de los huevos fritos con castañas. Por eso, creo que puede afirmarse que todos los que lo frecuentamos queremos al Café Varela y nos sentimos orgullosos de figurar entre sus clientes habituales.