En 1963 la FIFA suspendió a Sudáfrica de cualquier competición bajo su organización. El entonces presidente de la FIFA, Sir Stanley Ford Rous, rechazó la propuesta sudafricana de competir con un equipo formado por blancos en el Mundial de 1966 y otro con negros en 1970. El boicot duraría lo que las leyes del apartheid. Ese mismo año, Nelson Mandela ingresaba en la cárcel condenado a cadena perpetua por “conspiración para derrocar al gobierno”. Cuando fue excarcelado, 27 años después, recordaría aquellos Mundiales retransmitidos por la radio: “El fútbol era la única alegría de los prisioneros”.

1991 sería el año de la derogación del apartheid y en 1994, el ya Nobel de la Paz, Mandela, se convertiría en el presidente de su país. Diez años después, aún un último sueño: Sudáfrica acogería el Mundial de 2010 que los españoles celebramos trayendo a casa dos historias de amor —hoy interruptas; Casillas y Carbonero y Piqué y Shakira—, y sobre todo, ¡la copa! Sí, aquel Mundial nos puso el listón tan alto que cuesta mirar estos días a Catar sin que las comparaciones resulten, más que odiosas, vergonzosas.

De una Federación Internacional de Fútbol y su presidente incorruptible hemos pasado a que los escándalos de sobornos y blanqueo de capitales hayan explotado en las más altas esferas del fútbol y numerosos altos cargos, incluyendo a los expresidentes de la FIFA y la UEFA, acabaran detenidos, en libertad bajo fianza o suspendidos por la propia FIFA. Y que en esta maraña de poder, ambición y dinero, mucho dinero, un emirato de nula tradición futbolística, escaso territorio y temperaturas asfixiantes se haya hecho con el capricho de albergar un Mundial. No quedó ni un atisbo de la firmeza de antaño de no es no —siquiera a participar—, mientras el país practique la discriminación. Elijan ustedes el Derecho Humano que más les duela y que se incumple en un territorio tan obscenamente rico que eleva al absurdo lo que el dinero puede comprar.

Se compra que la comunidad internacional que antes boicoteara injusticias hoy haga la vista gorda a la discriminación sistémica que sufren las mujeres que dependen del permiso específico de un varón para casarse, matricularse en una universidad o recibir asistencia reproductiva y que penaliza el sexo fuera del matrimonio con penas de prisión o, si son musulmanas, también con latigazos o lapidación.

Se compra la atención de un mundo que obvia un Código Penal que tipifica como delito los actos sexuales consentidos entre personas del mismo sexo. Se compra el ya se verá lo de los más de 6.500 trabajadores migrantes muertos solo entre 2011 y 2020 que denuncia The Guardian por las condiciones inhumanas en las obras para albergar la Copa del Mundo. Catar no rebate estas muertes que justifica como “una tasa de mortalidad entre estas comunidades dentro del rango esperado para el tamaño y la demografía de la población” y atribuye solo a 37 las muertes de trabajadores directamente vinculados a la construcción de estadios, aunque de estos, 34 siguen clasificadas como “no relacionadas con el trabajo”.

Nada de esto ha resultado un impedimento para la fastuosa inauguración de la Copa Mundial de la FIFA 2022 en Catar. Ni los propios estatutos de la Federación que incluyen en su artículo 3 que “La FIFA tiene el firme compromiso de respetar los derechos humanos reconocidos por la comunidad internacional y se esforzará por garantizar el respeto de estos derechos”. O en su artículo 4 sobre la “Lucha contra la discriminación, igualdad y neutralidad”.

La población mundial ha alcanzado estos días los 8.000 millones. Sirve para ver la importancia de la Copa del Mundo que 1.120 millones personas vieran, aunque fuera durante un minuto, la victoria de Francia sobre Croacia en la final del pasado Mundial, Rusia 2018. No hay foco semejante para blanquear un país que lleva invertidos 220.000 millones de euros; cinco veces más que los diez últimos mundiales. Juntos.

¿Brillará tanto la organización como para que olvidemos los ríos de sangre sobre los que se ha construido? ¿Podremos mirar los televisores pendientes únicamente de los 22 jugadores, obviando todo lo que ocurre alrededor? Ojalá no. Ojalá alguien, sin más arma que el poderoso mando del televisor lo apague para mantener encendida la “Lucha por la discriminación y la igualdad”. Porque la celebración del Mundial en Catar nada tiene que ver con la neutralidad.

Mandela dijo que “El deporte tiene el poder de cambiar el mundo, tiene el poder de inspirar. Tiene el poder de unir a la gente de una manera que pocas otras hacen. Le habla a la juventud en un idioma que comprenden. El deporte puede crear esperanza donde antes solo había desesperación”.

Pero hoy me quedo con las palabras del también premio Nobel sudafricano Desmond Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor. Si un elefante pisa la cola de un ratón y dices que eres neutral, el ratón no apreciará tu neutralidad”.