Somos esclavos de un pequeño aparatito que llevamos en el bolsillo que a muchos les ha vuelto zombis y que provoca que muchos más caminen siempre con la cabeza gacha mirando hacia un rectángulo mal iluminado sobre el que pasan las cosas menos importantes de la vida. Pero que algunos creen que son transcendentales. Ese pequeño aparatito, de colores, rígido y en el que se esconden secretos y tonterías —muchísimas tonterías— ha provocado ya en unos pocos años que la capacidad que teníamos de recordar por nosotros mismos los asuntos realmente importantes de la vida se haya reducido. La dependencia es tan absoluta como absurda. El móvil y todo lo que conlleva asociado —es decir, las redes sociales— no solo nos van carcomiendo nuestra memoria, también están provocando un tipo de ansiedad malsana y peligrosa. Es lo que se ha llamado Fomo y cuyo sustrato es el miedo que tienen muchos a perderse algo en las redes sociales. Y que se traduce en zombis que están cada cinco segundos actualizando sus cuentas de Twitter, Instagram, TikTok o lo que sea que esté de moda en el momento, para estar a la última sobre la nada más absoluta.

Fomo suena como a nombre de payaso antiguo. De los ochenta. O igual de antes. Pero tiene más bien poquita gracia. Pongamos primero los pilares, la ansiedad —que es lo que es el Fomo— es un estado de cierta intranquilidad o desasosiego (más o menos estable, de lo contrario hablaríamos de estrés) que en el tiempo de nuestros muy antepasados tenía cierto sentido porque les protegía de las amenazas de un medio ambiente que les era hostil y para el que necesitaban un grado altísimo de protección. Una seguridad que encontraban en su medio interno porque gracias a la respuesta que les generaba el estado ansioso (generalmente de huida) conseguían responder de forma adecuada a las amenazas. La ansiedad y la enorme variedad de fobias que la abrazan tenían sentido antes, no ahora. Un ejemplo vale más que muchas discusiones inocuas. En épocas muy antiguas tenía sentido que nuestros antepasados tuvieran miedo a los insectos o a los reptiles. Sin embargo, ahora ¿qué valor tiene? Vivimos, por norma general, en grandes urbes en las que ese tipo de animales han sido borrados directamente. No están ni se les espera. Por lo que ese tipo de fobias no nos aportan ningún tipo de ventaja en un mundo que ahora está dominado por otro tipo de amenazas, mucho más peligrosas eso sí. Dónde va a parar.

Así que ahora cargamos con esa mochila a todas luces innecesaria para nuestra trayectoria vital en un mundo que está completamente estandarizado, en el que somos los meros peones en el gigantesco tablero que es la vida y en el que, por mucho que nos pese, no somos los actores protagonistas. En ocasiones ni los secundarios. Y encima ahora nos ponemos más piedras en la espalda debido a nuestro desmesurado afán socializador. Resulta que necesitamos estar hiperconectados al mundo, de lo contrario nos sentimos como perdidos en un universo que se nos hace demasiado grande. El síndrome Fomo es una buena muestra de cómo estamos evolucionando o más bien involucionando.

El caso es que este síndrome, que parece muy novedoso, no lo es tanto, lleva décadas existiendo, pero ahora las redes sociales —como han hecho con otras muchas cosas— lo han amplificado hasta unos niveles que nunca se habían visto. Antes ese miedo se manifestaba a cuentagotas, y era más una envidia sana que una ansiedad como ocurre ahora.

Los diferentes estudios han puesto de manifiesto que los que tienen miedo a perderse algo suelen estar, por líneas generales, más solos y más aislados que el resto. También que tienen una visión más negativa de ellos mismos y unos bajos niveles de autoaceptación y de amabilidad. Eran unos bordes.

La solución es sencilla, la única salida es la desintoxicación. Más del 60% de los españoles lo primero que hace cuando se levanta y lo último que hace antes de acostarse es mirar el móvil, chequear las redes sociales para ver si se ha perdido algo. Es decir, que se llevan a la cama esa ansiedad. Pequeños gestos como no mirar a esa pantalla rectangular un buen rato antes de acostarse o evitar echarle un vistazo nada más levantarse ayuda enormemente a reconvertir a los zombis en personas normales con sus miedos a las arañas y a los reptiles, como antes.