La Opinión de A Coruña

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Olga Merino

La espiral de la libreta

Olga Merino

Messi, Cristiano y los maletines ‘billetudos’

A veces, la publicidad efectiva viene rociada con unas gotitas de ácido sulfúrico o alguna otra sustancia corrosiva. Que pique un poco, como la campaña publicitaria que la marca Louis Vuitton acaba de lanzar coincidiendo con el Mundial de Qatar: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, sentados frente a frente, disputan una partida de ajedrez sobre un baúl y un maletín estampados con la icónica cuadrícula de la maison francesa. El argentino juega con negras; el portugués, con blancas. Parecen sumamente concentrados en el tablero, tal vez cavilando la posibilidad de que un alfil esté en fuera de juego, porque, la verdad, los escaques les pegan bien poco; lo suyo habría sido una mano de póquer o, mejor aún, un futbolín de barrio, como en otro anuncio que la misma firma de marroquinería hizo en 2010, juntando en Casa Maravillas, un bar castizo de Malasaña, a otros tres ases del fútbol: Pelé, Zidane y Maradona (el Pelusa llegó tarde a la cita y hubo que pegarlo luego a la foto).

Messi, Cristiano y los maletines ‘billetudos’

Kárpov y Kaspárov

Quienes saben de ajedrez aventuran que la supuesta partida sobre el maletín acabaría en tablas. La idea no deja de ser hermosa. Si este resulta el último Mundial que disputan, Messi (35 años) y Cristiano (37 años), dos de los mejores jugadores de la historia, finalizarían sus respectivas carreras con un honroso empate, ni tú ni yo, después de años de competencia feroz. La misma rivalidad que mantuvieron dos grandes leyendas del ajedrez: el ruso Anatoli Kárpov y el azerbaiyano Gari Kaspárov. Ambos encarnaban universos enfrentados, circunstancia que cargaba de electricidad sus duelos: Kárpov, incluso en sus hechuras, simbolizaba la naftalina del régimen soviético; Kaspárov, la irreverencia del cambio, el viento nuevo de la perestroika.

En cambio, Messi y Cristiano Ronaldo representan el mismo mundo, el del fútbol como negocio podrido de dinero. Hechas las cuentas en el aire, entre los dos jugadores podrían haberse embolsado por la publicidad unos cinco millones de dólares, a los que habría que sumar los honorarios de la fotógrafa estadounidense Annie Leibovitz, otra crack en lo suyo (suele cobrar unos 170.000 euros por jornada de trabajo). Bien mirado, nada, peccata minuta, el chocolate del loro. Además, los dos monstruos han hecho disfrutar a miles de millones de aficionados. Lo verdaderamente obsceno es la cantidad de billetes, metidos en maletines de Louis Vuitton o de plástico fino, que se habrán manejado, presumimos, para engrasar la celebración de la Copa del Mundo en un país como Qatar. Solo faltaba el cinismo de Gianni Infantino, que dice ser gay, negro y albañil pobre. Qué feo.

Messi y Cristiano Ronaldo se habrían merecido una despedida con otro Mundial.

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