La Opinión de A Coruña

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Juan Gaitán

Días de fútbol

Si aplicáramos la lógica, esa rareza, nadie iría a los campos de fútbol, excepto a aquellos en los que se practica por simple afición, sin poner en juego más que la honrilla de la camiseta. Si aplicáramos la lógica, todos boicotearíamos el mundial de Qatar, un país donde no se respetan los más elementales derechos humanos. Si aplicáramos la lógica, esa es la cuestión.

El fútbol es tan ilógico como cualquier otra religión. Por eso trasciende lo racional, porque entra directamente en lo emocional. Cualquier razonamiento que se quiera hacer con un creyente de la religión del fútbol acabará dando, indefectiblemente, con el muro de los sentimientos, de ese modo de fe incomprensible para quien no la siente. Y, como toda religión, el fútbol mueve sentimientos y no nos deja indiferentes, porque incluso a quienes no les gusta el fútbol reniegan de él apasionadamente.

“El fútbol no es una cuestión de vida o muerte, es algo muchísimo más importante”, me dijo una vez Manuel Alcántara mientras dejaba que su mirada se perdiera en la plateada transparencia de un “dry martini”. Yo ya sabía que la frase era de Bill Shankly, que entrenó al Liverpool en los sesenta del siglo pasado, pero me gustaba más pronunciada por mi querido maestro, porque se acomoda bien a su forma de pronunciar y de mirarte con una amable ironía.

El fútbol, como todas las cosas cuya esencia es inexplicable, está hecho para sentirse. Por eso nos atrapa desde pequeños, porque nutre asuntos básicos, el instinto de competir y el deseo de ganar. En la clase de mi sobrino hay doce niños que quieren ser futbolistas. Hay también uno que quiere ser registrador de la propiedad. La proporción es de doce a uno para los futbolistas frente a los registradores de la propiedad. De momento, ninguno quiere ser poeta, menos mal.

Cuando yo era chico no tenía ni idea de lo que era un registrador de la propiedad. Yo quería ser Juanito, pero acabé dándome cuenta de que era muy malo y que mi camino debía estar en otro sitio. Ya dijo Onetti que la única sabiduría posible es conformarse a tiempo, y yo lo hice.

Luego, el tiempo, que siempre anda ordenándolo todo (detesto profundamente el desorden), me encargaron una serie de entrevistas de aquellas que los viejos manuales de Periodismo llamaban “de perfil humano”. Uno de los primeros personajes que abordé fue mi admirado Juanito. Me citó en La Rosaleda y allí, en la grada, en la misma grada a la que mi padre me llevaba de la mano cuando era un niño, hablamos de fútbol y de la vida durante horas. Aprendí aquel día muchas cosas del fútbol y de la vida. Juanito también sabía que el fútbol no es una cuestión de vida o muerte, sino algo muchísimo más importante, es una metáfora de la vida y de la muerte.

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