Opinión

Elena Fernández-Pello

Cortesía parlamentaria

Dado que la gresca parlamentaria continúa y nuestros representantes en el Congreso no están dispuestos a moderar el tono, hasta que las urnas no lo remedien, habrá que resignarse al bochorno diario.

Muy lejos de las formas y del poco fondo del debate parlamentario actual, está la primera mujer diputada que se subió a la tribuna para defender el derecho al voto de las mujeres, allá por el año 1931. Pese a la tenacidad con la que defendió sus argumentos y la legitimidad que la asistía, Clara Campoamor acabó su discurso con un gesto de deferencia a su auditorio. “Perdonadme si os molesté, considero que es mi convicción la que habla” se excusaba. Impensable tal gesto de generosidad hacia el adversario parlamentario hoy en día.

En aquella intervención histórica ante las Cortes, Clara Campoamor dejaba reflexiones tan atinadas como estas: “Tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder”, dijo, dirigiéndose a sus colegas varones; también que “es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos”.

“Yo, señores diputados”, proclamaba visionaria, “me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay si no que empujarla a que siga su camino”.

Clara Campoamor fundamentaba su demanda con datos estadísticos y con disquisiciones históricas y filosóficas. Hablaba de cómo el analfabetismo iba en descenso más rápidamente entre las mujeres que entre los hombres y de la presencia de aquellas, junto a sus compañeros, en las movilizaciones políticas. Y al final, después de hablar de cómo se había esforzado por equilibrar en la balanza la razón y el corazón, se disculpaba, sin ninguna necesidad de hacerlo y por simple cortesía.

Clara Campoamor salió de casa a trabajar al morir su padre, a los diez años, primero como modistilla, luego de dependienta y telefonista, se sacó una plaza en las primeras oposiciones de auxiliares femeninas de Telégrafos e hizo carrera en la Administración pública. Tenía 32 años cuando pudo iniciar los estudios de Derecho y con 36 empezó a ejercer como abogada. Fue la primera mujer en defender un caso ante el Tribunal Supremo, otro de los méritos por los que pasará a la historia. Hizo del sufragio femenino una de sus banderas, junto a la abolición de la prostitución y el divorcio. Queda fuera de toda duda su capacidad de trabajo y superación, y su inteligencia. Y a feminista no la gana nadie.

En 1931 Clara Campoamor defendió el derecho de las mujeres a votar enfrentándose a los argumentos de Victoria Kent, entre otros opositores, y convenció. El sufragio femenino salió adelante con 161 votos a favor por 121 en contra. Lo consiguió sin ninguna salida de tono, sin improperios ni insultos, en tiempos adversos, y en un rapto de buena educación hasta pidió disculpas a quien pudiera haber incomodado con sus buenas razones.

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