Opinión | El correo americano

La prensa tradicional

En un episodio de la última temporada de The Crown se muestran los métodos espurios con los que se fraguó la entrevista que concedió Diana de Gales a la BBC en 1995. El periodista Martin Bashir falsificó unos documentos que resultaron determinantes para que la princesa acabara aceptando la propuesta de la cadena. Lo que la entrevistada dijo en aquel programa sobre la familia real provocó una gran controversia en el Reino Unido. Alrededor de 23 millones de espectadores hicieron que el desahogo se convirtiera en un acontecimiento. Los jugosos titulares de la pieza televisiva (“éramos tres en mi matrimonio”) perjudicaron a unas cuantas personas, también a la protagonista, quien no tuvo en cuenta la volatilidad de la opinión pública, propensa a ensalzar y condenar celebridades por razones caprichosas con idéntico entusiasmo. La BBC pidió disculpas por la metodología empleada e indemnizó a la niñera de los príncipes, cuya reputación se vio seriamente dañada como consecuencia de unas insinuaciones que había realizado el reportero durante la entrevista.

En la serie vemos el dilema al que se enfrenta el director de la cadena pública, quien, aun desconociendo el origen fraudulento de la exclusiva, era consciente del enfoque ineludiblemente sensacionalista que se le proporcionaría a la conversación así como de sus trágicas repercusiones. Diana de Gales podía acudir a cualquier plató de televisión, tanto en suelo británico como estadounidense, por una cuantiosa suma de dinero. Pero Bashir sabía que la BBC ofrecía algo que sus adineradas competidoras no podían comprar: prestigio. Ese era su auténtico hecho diferencial. Unas declaraciones emitidas junto al logo de la cadena vendrían acompañadas de un aura de legitimación. De seriedad. De veracidad. De verdad. Y eso, para quien ante todo trataba de ser escuchada (y sobre todo comprendida), era mucho más relevante que la compensación económica.

Es interesante reflexionar sobre este episodio a la luz de la crisis de la prensa tradicional. Se dice que ahora periódicos como The New York Times o el Washington Post han perdido influencia. Que las nuevas generaciones ya no se informan a través de los medios de comunicación sino de las redes sociales. Que las instituciones periodísticas compiten en igualdad de condiciones en un mercado atestado de propagadores de bulos. Que ya no se distingue entre el reportero formado e informado y el influencer con talento para la provocación, entre una crónica elaborada con hechos contrastados y unos tuits con especulaciones basadas en fuentes de dudosa procedencia.

Sin embargo, una buena manera de identificar el periodismo es prestando atención a sus errores. O, más bien, cómo se asume la responsabilidad de esos errores y cómo esos errores deterioran la credibilidad de los medios que los cometen. La BBC sucumbió en aquel momento a la tentación de las grandes audiencias y tomó una decisión difícil de reconciliar con sus principios. Se convirtió, entonces, en una cadena más, como esas que se quedaron con sus dólares a las puertas de la exclusiva. Resulta que el prestigio exige años de dedicación e integridad; erosionarlo gravemente requiere tan solo unos minutos. La prensa tradicional sigue siendo importante precisamente cuando sigue siendo tradicional y no pretende ser otra cosa.

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