Opinión | 360 grados

EEUU quiere imponerles a los europeos sus reglas comerciales

Habituado a la plena solidaridad de sus aliados europeos de la OTAN en el actual conflicto militar con Rusia por Ucrania, EEUU quiere imponerles también ahora sus propias reglas comerciales.

Reglas que pretende universales y que son en realidad un mecanismo nacionalista de defensa frente a su principal rival económico, la China comunista, a la que Washington trata de impedir que acorte distancias en el sector de los microchips.

El pasado verano, el Congreso norteamericano aprobó ya una ley para reforzar la

industria nacional de producción de semiconductores.

Siguió otra en octubre que prohíbe a cualquier empresa, sea del país que sea, exportar a China todo producto en cuya producción hayan entrado elementos fabricados en EEUU.

El objetivo de Washington no puede ser más claro: se trata de mantener su actual ventaja frente a China en el sector de la alta tecnología y muy concretamente en la industria de los microchips.

La cuestión es si los gobiernos europeos permitirán que Washington les frustre por culpa de esa ley claramente proteccionista sus importantes negocios digitales con China.

Pues a ello se suma otro conflicto comercial transatlántico: el derivado de la ley estadounidense conocida como Inflation Reduction Act, que, con el siempre loable pretexto de la lucha contra el cambio climático, subvenciona sólo a la industria de la superpotencia en detrimento de la europea.

Las consecuencias de esa nueva ley proteccionista no se han hecho esperar: una serie de empresas europeas como la alemana Audi o la sueca Northvolt están pensando ya si trasladar su producción a EEUU para beneficiarse de esas ayudas públicas.

El nuevo proteccionismo norteamericano comenzó ya con el America First del presidente Donald Trump, pero su sucesor, Joe Biden, lo amplió con su Buy American Act, decreto que busca impulsar la compra de productos estadounidenses.

Ya el republicano Trump había declarado la provisión de microchips como máxima prioridad de su Gobierno, pero el demócrata Biden —que en esto no hay diferencias entre los dos partidos— ha publicado un amplísimo catálogo de control de exportaciones claramente destinado a impedir la venta a China de chips de última generación.

EEUU quiere evitar así que el gigante asiático se convierta en un temible rival comercial en sectores punteros como la inteligencia artificial, la computación cuántica, la biotecnología o las energías limpias.

La superpotencia trata de potenciar al mismo tiempo su propia industria de los microchips inyectando en ese sector subvenciones por valor de 52.000 millones de dólares.

La “guerra de los chips”, como la llaman ya algunos, se ha convertido en una fuerte competencia en materia de subvenciones no sólo entre EEUU y Europa, sino también con países asiáticos tecnológicamente muy avanzados como Japón o Corea del Sur.

Los gigantes del sector, empresas como la estadounidense Intel, la surcoreana Samsung o la nipona Rohm, aspiran a obtener de sus respectivos gobiernos las mayores subvenciones y otras ventajas.

Todo ello en detrimento de firmas chinas como Huawey, que, como escribe el semanario Der Spiegel, desde que EEUU la impidió abastecerse de semiconductores para sus teléfonos móviles “no es ni una sombra de lo que era”.

Los gobiernos europeos se muestran al mismo tiempo cada vez más preocupados por las sanciones de Washington a las tecnológicas chinas porque temen que puedan también afectar a sus propias empresas si utilizan a alguna de ellas en su propia cadena de producción.

Para los europeos, China es también sin duda un rival comercial, pero la pregunta que se hacen muchos, sobre todo los franceses, es si la UE debe dejarse instrumentalizar por Washington en su particular guerra contra el rival asiático.

Los intereses comerciales de los europeos son necesariamente distintos de los de EEUU. Y esto habría que dejárselo bien claro a Washington cuanto antes.

Suscríbete para seguir leyendo