Opinión | Parece una tontería

El día más normal del año

Me pregunto en qué consiste un día normal, y si lo que le proporciona normalidad es ponerse el mismo pantalón del anterior, o detenerse ante los semáforos para ir desganado al trabajo, o el paraguas con el que te defiendes de la lluvia, o el recibo del seguro del coche, o el café, o no saber qué preparar de cena. Por alguna razón, cuando llega el 26 de diciembre a mí me da por pensar que es, quizá, el día más normal del año. Supongo que algo muy parecido sucederá con el 27 allí donde celebran ese extraño festivo de San Esteban. Pasamos por ese día como fantasmas. Nadie se levanta y se dice, impresionado, “Vaya, vaya: aquí está otra vez el 26 de diciembre”. Vivimos para el 24 y para el 25, incluso para el 22, por si las moscas. Cuando estos días pasan, con sus estelas de fiestas, compras a la carrera, resacas, es, como mínimo, 27 de diciembre, y empezamos a pensar ya solo en Nochevieja y Año Nuevo.

Nunca parecen suceder cosas relevantes el 26. La exuberancia de días anteriores lo dejan reducido a un ventanuco por el que nadie se asoma. Te esfuerzas menos en hacer algo interesante. Qué ganas pueden quedarte. Hace años instituí la costumbre de planchar. No lo hago casi nunca, pero el 26 de diciembre no fallo. Mi planchado es como esa columna anual que Savater dedica a las carreras de caballos. Plancho lo que veo por ahí. Camisetas, pantalones, hasta calcetines. También plancho, o hago que plancho, camisas, dada su dificultad. Lo hago porque Scott Fitzgerald dice que hay que plancharlas, no por otra cosa. “Se puede llevar una camisa que esté un poco sucia —decía en Suave es la noche Dick Diver— pero una camisa arrugada, jamás”.

La vida normal arrecia con fuerza el 26 de diciembre. Las risas y la hipotética felicidad de jornadas anteriores se difuminan, la familia se dispersa en hermosa estampida y hay que hacer frente a la vulgaridad del mundo. Hay una torpeza en los días comunes, en los que comes otra vez en platos rayados, y vuelves a beber agua del grifo, y a cumplir con algunas obligaciones por dinero, que le hacen a uno disfrutar la vida más que en cualquier fecha. Tal vez el 26 de diciembre (o el 27) sea en secreto el día más bonito del año.

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