Opinión | Inventario de perplejidades

Persecución del niño Jesús

Al poco de nacer en un establo de Belén, el Niño Jesús fue objeto de persecución por las fuerzas romanas de ocupación, por el rey Herodes, al que intrigantes cortesanos habían hecho creer que en cuanto alcanzase la mayoría de edad, intentaría arrebatarle el trono, y por la casta sacerdotal judía, celosa de la acumulación de poder que el recién llegado pudiera manejar con un mensaje populista. Alertado del peligro, el padre putativo del pequeño Jesús (recordemos que el Espíritu Santo se había atribuido el embarazo de María), reunió los pocos enseres de que disponían y huyó a Egipto con su esposa y su hijo, a lomos de un burro. Justo a tiempo de librarse de la matanza de recién nacidos ordenada por Herodes para asegurarse de que entre ellos pudiera estar el niño que buscaba.

De los años que pasó Jesús aprendiendo el oficio de carpintero de su padre José , poco nos dicen los Evangelios, excepto que hizo el famoso milagro de convertir un vino peleón en un reserva exquisito, durante un banquete de bodas en Caná al que había acudido en compañía de su familia.

Esta faceta de Jesucristo como sumiller ha sido escasamente estudiada por los teólogos. Aunque deduzco, desde mi enciclopédica ignorancia de estos asuntos, que algo habrá dicho el Maestro sobre su preferencia del tinto sobre el blanco e incluso de una zona vitivinícola sobre otra. Aparte claro está, de las añadas con mas excelencia, temperatura recomendada para su degustación y otras pijoterías. Por ejemplo, “amplio en boca”, “notas anisadas y de hinojo”, “notas de pimienta rosa”, “toques cremosos”, “toques mentolados” y “fondo floral”, etc, etc.

Mientras vivió en casa de sus padres hasta los treinta años, Jesucristo llevó una vida apacible, si bien ya despuntaba por su apostura e inteligencia, como acaeció durante su controversia en el templo con los intelectuales judíos. Sus padres, preocupados por desconocer su paradero, se disgustaron. Pero él les contestó con un argumento que muy pronto se haría famoso: “No os preocupéis, mi Reino no es de este mundo”. Si cualquiera de los de mi generación le respondiésemos así a nuestro padre, nos habríamos ganado merecidamente una bofetada. “¿Con que vuestro Reino no es de este mundo?. Y el mío tampoco. Así me explico yo las notas de esta quincena”.

Al que esto escribe, cuando niño, le daba pena el destino reservado al Niño Jesús. Mientras fue objeto de adoración en el nacimiento de casa, se percibía un ambiente alegre. El Niño estaba entronizado en una cuna de pajas, los pastores acudían en tropel para ofrecerle sus modestos regalos y un ángel vigilaba en la puerta que no hubiese colas ni se formase alboroto. En la pared donde estaba apoyado el nacimiento, habían pegado un cielo azul de papel en el que brillaban unas estrellas de papel de plata y un cometa del mismo material señalando el camino que llevaba a Belén a los tres Reyes Magos, montados en camello. El espectáculo nos gustaba pero no entendíamos cómo tras esta amable imagen, y en el corto periodo de tres meses, el Niño se había convertido en un Hombre torturado salvajemente y luego clavado en una cruz de madera. Bajo ese aspecto alegre de la Navidad se oculta una enorme violencia.

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