Opinión | El trasluz

El túnel

Empecé al mismo tiempo, por la parte de delante y por la de detrás, un cuaderno. Por la mañana escribía en una dirección y por la parte en la contraria. En la parte de delante escribía un poema sobre la luz y, en la de atrás, otro sobre la oscuridad. Esperaba que ambos poemas se encontraran en el centro del cuaderno de un modo semejante al que se encuentran los equipos que excavan un túnel desde los dos extremos de una montaña. Había épocas en las que la luz avanzaba más que la oscuridad y al revés, pero en general iban bastante igualadas porque procuraba dedicar las mismas energías a ambas.

Pasados unos meses, el poema lóbrego fue ganando terreno. Se movía con la agilidad de una tuneladora en las entrañas sombrías de las páginas. Daba la impresión de tener más prisa por alcanzar la luz que el poema luminoso por alcanzar la oscuridad. Yo mismo me hallaba en aquella época preso entre estos estímulos, pues había caído en una depresión de la que intentaba salir a base de fármacos y de fuerza de voluntad. Cuando sonaba el despertador, una parte de mí pugnaba por seguir en la cama y la otra por abandonarla. Finalmente, el pánico al desaliño me obligaba, no sin un esfuerzo descomunal, a levantarme y a meterme en la ducha y a afeitarme, aunque todo lo hacía como a cámara lenta, con desgana.

Solo el poema oscuro, el escrito a traición, el sacado adelante por la espalda del cuaderno, tiraba de mí con una fuerza inusitada. Hubo incluso un momento en el que este poema triste comenzó a ponerse alegre. Silbaba de alegría al escribirlo, al tiempo que el poema alegre se hundía en un abatimiento sin límites. Apenas era capaz de hacerle crecer con dos o tres versos diarios y eran versos que daba miedo releer, pues hurgaban en el fondo cenagoso de mi alma, donde se agitaban presencias turbias de las que llevaba toda la vida huyendo.

Finalmente, el poema oscuro alcanzó al luminoso y los dos se abrazaron como se abrazan, al encontrarse, los equipos de obreros que excavan un túnel en la montaña. Ahora vivo en una especie de abatimiento animado o de desconsuelo tranquilo desde el que voy a empezar otro cuaderno. En esta ocasión, solo por la parte de detrás.

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