Opinión | Crónicas galantes

Titulares y eméritos

Con la muerte del papa emérito Benedicto XVI termina la dupla de pontífices a la que dio origen tras su renuncia hace cosa de nueve años. Mucho más generosa en estas cuestiones dinásticas, España mantiene a cuatro reyes, de los que dos son consortes y otros dos honoríficos, para mayor detalle. Uno más que los Magos.

Aunque algunos creyesen que el trono y el altar son cosa de otro tiempo, lo cierto es que durante los últimos años coincidieron dos papas en el Vaticano y cuatro reyes en España.

Solo faltaban dos emperadores en la Casa Blanca para completar esta tendencia a la multiplicación: y a punto estuvo de haberlos cuando Donald Trump rehusó, en principio, cederle los trastos de mandar a Joe Biden. Finalmente, aceptó su derrota en las urnas, aunque no está claro que la haya reconocido todavía.

Más allá de la anécdota que supuso la proliferación de reyes y papas honoríficos, podrían haberse dado problemas entre los dimisionarios y quienes les sucedieron en el cargo. No fue el caso, obviamente, de Francisco y Benedicto, hombres de fe y caridad que convivieron en perfecta armonía evangélica.

Si acaso, ha habido ciertos roces en la Casa Real española que tal vez determinasen la mudanza del jubilado rey Juan Carlos a lejanas tierras de Oriente. El anterior monarca hizo el camino inverso al de los Reyes Magos, que procedían más o menos de por allí y ya en su tiempo eran tres. Para que se vea que la abundancia y simultaneidad de reyes viene de lejos en la Historia.

Dirán los aprensivos que hay que llevar cuidado con estas cosas, dado el historial de guerras a las que dieron origen las disputas alrededor del trono. Pero esos son asuntos de otro tiempo, hombre.

Como mucho, la actual tendencia a la duplicación y hasta la cuadruplicación de jerarquías con o sin mando en plaza podría ser fuente de discordias entre reinas, de las que a menudo dan noticia maliciosa las revistas del corazón. Famoso fue, por ejemplo, el tira y afloja que mantuvieron en la catedral de Palma de Mallorca por un quítame allá esa foto; pero se trata de mero anecdotario.

Felizmente, ya no nos tomamos esos asuntos a la tremenda: y a lo sumo puede darse una incruenta contienda de papel cuché entre los partidarios de la reina Letizia y los de la honorífica Sofía. Contiendas como esa se resuelven en el ámbito de la peluquería y nada tienen que ver, por fortuna, con las antiguas guerras dinásticas.

Conviene más bien ver el lado bueno de las cosas hasta caer en la cuenta de que España disfruta —entre titulares y eméritos— de un póquer de reyes, que siempre es una buena mano. Solo los republicanos irredentos, que siempre están a la que salta, objetarán tal vez el coste de la multiplicación de los monarcas, en modo alguno semejable a la de los panes y los peces.

Lo del Vaticano es —o era hasta ahora— cuestión distinta y mucho más fácil de manejar. Si un papa alemán se llevó de maravilla con otro argentino a pesar de las diferencias que pudiera establecer entre ellos el fútbol y sus Mundiales, queda claro que el Espíritu Santo todo lo apacigua. Y si las cosas fueran a peor en La Zarzuela, siempre podría la paloma darse un vuelo por allí para solucionarlas. Igual no hace falta.

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