Opinión

¡Elvis ha vuelto!

Las mejores tradiciones son las que se crea uno mismo. Aunque la pandemia nos ha estropeado alguna que otra, este año parece que todo ha vuelto a la normalidad. Mi tradición de Nochevieja es muy simple, pero me llena de felicidad. Cojo el metro cargada de comida y voy a cenar con mis amigos a casa de Pep. Sin hijos y sin parejas. Los amigos de verdad, en plan Los amigos de Peter. Una vez sentados a la mesa y antes de las campanadas, pronunciamos en voz alta tres deseos que le pedimos al nuevo año. Yo he pedido dinero, amor y alegría. He pasado de la salud, que cae cada año, pero la necesidad de alegría y de que me sorprendan me puede. Y sin saberlo, el destino me tenía preparada una sorpresa de las buenas. Algo que pasaba cada Nochevieja antes del confinamiento y que mi cabeza había olvidado por completo. El Elvis del metro. Un señor que cada fin de año se viste como el rey del rock y nos canta a todos los losers que hacemos el trasbordo en esa estación.

Familias tóxicas

La noche del 31, al salir del vagón escuché que alguien cantaba We can’t go on together with suspicious minds y no pude evitar correr para ver si era él. “¡Elvis ha vuelto!”, grité emocionada. Entonces me di cuenta de que no cuesta demasiado ser feliz si los que te rodean están sanos y son personas bonitas. Hay mucho amargado que, si lo analizas un poco, te das cuenta de que está rodeado de gente tóxica. Y no solo de malos amigos, algunos tienen que soportar incluso familias tóxicas. Entonces el problema se multiplica. La sociedad no acepta que te separes de tu madre, padre o hermanos. Aunque demuestres que la relación es mala para tu salud mental, parte de la sociedad te mirará mal por ello y te juzgará. ¿La solución? Poner límites y rodearte de gente sana que no juzga, que no exige y que te saca una sonrisa cuando menos te lo esperas. Desde esta humilde columna quiero darle las gracias al Elvis del Metro. Que cada Nochevieja me regala su talento, su valioso tiempo y me saca una sonrisa.

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