Opinión | La espiral de la libreta

El Kraken, un terrorífico calamar gigante

La evolución de la variante ómicron y la rapidez de su propagación han convertido la taxonomía del COVID-19 en una anotación de jugadas locas de ajedrez o en una sopa de letras desquiciante: BF.7, XBB.1.5, XBB.1, BJ.1, BM.1.1.1, BA.2.

La clasificación se realiza mediante el sistema internacional Pango, una combinación de cifras y letras que debe de resultar muy útil para los científicos —sin una etiqueta común, el estudio de los linajes víricos se convertiría en un galimatías—, pero que sumerge a los legos en un aturdimiento olvidadizo.

Con el alfabeto griego íbamos la mar de bien, pero la velocidad mutante del ómicron (650 esquejes) zarandea la catalogación. De ahí que el biólogo evolutivo canadiense T. Ryan Gregory haya sugerido ponerle nombre a una estirpe concreta, la XBB.1.5, procedente de EEUU y declarada por la OMS como la variante de ómicron más transmisible hasta el momento, un apodo llamativo con la intención de explicar mejor al gran público la evolución del virus. ¿Y cuál? Pues nada menos que Kraken, una criatura espantosa.

Mitología nórdica

En las sagas y crónicas nórdicas de la Edad Media ya se mencionaba al Kraken, un terrorífico monstruo marino, del tamaño de una isla, que navegaba entre los mares de Noruega e Islandia, un engendro capaz de tragarse hombres, barcos e incluso ballenas de un golpe. Una mezcla de calamar gigante, pulpo y medusa, una bestia de ojos rojos, como un incendio bajo el agua. La leyenda cuajó en el imaginario colectivo, de tal manera que el monstruo asomó siglos después en las Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, y en el Moby Dick, de Melville, en la forma de una “enorme masa pulposa de brillante color crema”. O sea, el biólogo canadiense es muy hábil poniendo nombres a las cosas, consciente tal vez de que necesitamos un relato para no bajar la guardia; somos mamíferos narrativos.

El nombre de Kraken tensa el espinazo, pero no parece que, pese a la velocidad del contagio, la subvariante deba inducir al pánico a una población altamente inmunizada, más allá de tos, fiebre y dolores musculares. Lo que causa inquietud es la política oscurantista de China. Tras abandonar la estrategia de COVID cero, con aislamientos masivos, el gigante asiático sigue sin ofrecer datos fiables sobre los estragos del virus: solo ha reportado 5.259 muertes oficiales por COVID hasta la fecha.

El gran monstruo es la desinformación. Según The Guardian, los usuarios de las redes sociales chinas están cuestionando las estadísticas oficiales después de un aumento en el número de muertes de figuras públicas, actores, guionistas, una soprano famosa… Quién iba a decirlo, una pesadilla global que junta a Orwell con el Cthulhu tentacular de Lovecraft.

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