Opinión | La espiral de la libreta

Periodista y escritora

El CIS, la soledad y un cuadro de Hopper

Rebuscando en la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre tendencias sociales, en un apartado concreto donde se habla sobre vínculos afectivos, aparece un dato muy revelador: el 81,3% de los españoles consultados considera que dentro de una década habrá más soledad y aislamiento que ahora. Ocho de cada diez personas vaticinan que habrá más incomunicación. Es un porcentaje muy alto, elevadísimo y desconcertante en la era de la hiperconectividad. Como en un sondeo no caben matices, se entiende que la pregunta inquiere sobre la soledad incómoda, la que duele. Esa soledad que “avanza, fría como el hielo y translúcida como el cristal, y encierra en un abismo a quien la padece”, escribe Olivia Laing en La ciudad solitaria: aventuras en el arte de estar solo, una lectura muy oportuna, por cierto, para reflexionar sobre un asunto con más capas que una cebolla. En la encuesta del CIS, el 70% de los consultados prevé que, a diez años vista, también habrá más diferencias sociales y económicas que ahora, con lo que resulta una combinación tremenda: soledad y bolsillos vacíos.

El ensayo de Laing dedica bastantes páginas al norteamericano Edward Hopper, el pintor de la soledad urbana —vestíbulos, habitaciones de hotel, gasolineras desangeladas—, y en concreto al cuadro que pintó en 1942 bajo el título Nighthawks; o sea, Los noctámbulos o Aves nocturnas. Ya saben, esa cafetería 24 horas donde tres desconocidos, dos hombres con traje gris y una mujer de rojo, apuran la noche sentados a una barra fría, atendidos por un camarero que parece esquivo, con un sombrerito como de servir helados. Los cuatro parecen sumergidos en un acuario, entre vetas de color jade, un enfermizo verde pálido.

‘The day after’

Justo la semana pasada, @albertopons, que sabe mucho de arte y buen gusto, me descubrió en Instagram al pintor José Manuel Ballester, en concreto una colección donde revisita cuadros clásicos vaciándolos de toda presencia humana. Lo ha hecho con La balsa de la Medusa, de Géricault, con Las Meninas, de Velázquez, y con El 3 de mayo de 1808, de Goya, entre otras obras. Pero, créanme, donde el efecto del abandono resulta devastador es en el cuadro del norteamericano, que Ballester bautiza como The day after. Empty Nighthawks (Edward Hopper, 1942). Sin esos halcones nocturnos, tan solos y ensimismados ellos, la cafetería se convierte en un lugar verdaderamente inhóspito, helador, con una luz de morgue.

La soledad puede ser placentera, creativa, confortable. Es necesario experimentarla para encontrar la propia esencia porque es justo dentro de ella, en su mismo centro, donde distinguimos las voces de los demás. Estar solo te permite descubrir el poder curativo del otro, aunque sea en la barra de un bar.

Suscríbete para seguir leyendo