Opinión | Error del sistema

La versión ‘premium’ de ‘El Yoyas’

Cena de compañeros de trabajo. Aparece la pareja de una del grupo: un joven con cara de palo y gafas de sol. Así permanecerá durante toda la noche, exhibiendo un indisimulado desprecio. La novia, incómoda. Los demás, mirando al cielo. Ese era el rostro de Risto Mejide 20 años atrás, antes de que los focos mediáticos lo iluminaran. Importa muy poco si ese semblante desdeñoso es o no una careta, como su amigo James Rhodes ha señalado: “Es un alma gentil y amable a pesar de la máscara que usa en nuestras pantallas”. Importa que ese embozo es el que Mejide eligió para mostrarse en público, el que los medios amplificaron y la audiencia aplaudió.

Como siempre, hablar de productos televisivos es hablar de nosotros mismos. De lo que queremos ver, de lo que permitimos, de lo que reprobamos. Elegimos para divertirnos, para distraernos, para aprender más… o para asomarnos al pozo de la vergüenza. El dardo envenenado que Mejide lanzó a Cristina Pedroche y Ana Obregón en su transmisión de las campanadas en Cuatro (“¿Hay algo que anunciar? ¿Un embarazo? ¿La muerte de un ser querido? Eso siempre da audiencia”) ha vuelto a colocar al presentador en la lupa mediática. Las redes han recuperado numerosos fragmentos de sus intervenciones como jurado en varios programas o como presentador. Sus momentos estelares siguen siempre el mismo guion: hiriente y provocador, especialmente con los débiles.

Ante los focos, Mejide es el bravucón que no eleva la voz, el perdonavidas de verbo afilado, el inteligente que pone todo su ingenio en machacar al objetivo, llegando a chapotear en la misoginia y la homofobia. La versión premium de El Yoyas. Durante años, la audiencia le ha jaleado. Los espectadores convertidos en corrillo de mirones que contemplan al matón de la clase humillar a la víctima de turno. El espectáculo de la degradación.

Los medios de comunicación tienen un papel relevante a la hora de transmitir ciertas actitudes e influir en el modo de relacionarnos con ellas. Que los informativos alerten de situaciones de acoso como el bullying o el mobbing y los programas de entretenimiento elijan a profesionales que fundamentan su éxito en el desprecio es, como mínimo, contradictorio. No solo se premia esta actitud, sino que se genera cierta complacencia ante ella, se bajan las barreras, se perdona lo imperdonable. A pesar de todo ello, las campanadas de Cuatro consiguieron una audiencia mínima, y esto es una buena noticia. Quizá el barro de la humillación está dejando de producir oro.

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