Opinión | Mujeres

El misterio de María

Un documental nominado a los Goya, A las mujeres de España. María Lejárraga, dirigido por Laura Hojman, y la reedición de sus Cartas a las mujeres de España (Editorial Renacimiento) han devuelto a la actualidad a María Lejárraga. Su vida, su militancia política y feminista son bien conocidas y hace tiempo que salió a la luz su extraordinaria peripecia como autora literaria, a la sombra de su marido. Ahora el documental de Hojman y el libro recientemente editado ha revivido a un personaje que parecía haber vuelto a caer en el olvido.

No hace mucho la escritora catalana Vanessa Montfort subió a los escenarios a María Lejárraga, que tantos éxitos había obtenido en ellos con sus propias obras sin que nadie lo supiera. En Firmado Lejárraga, estrenado por el Centro Dramático Nacional en 2019, Montfort teatralizó aquellos episodios y en 2020 traspasó sus vivencias a la novela, bajo el título La mujer sin nombre (Plaza y Janés).

Mucho antes, en 1998, la periodista asturiana María Teresa Álvarez le dedicó un documentado y exhaustivo capítulo de su serie Mujeres en la historia que aún se puede ver en la plataforma online de la televisión pública.

Todas esas mujeres, periodistas, escritoras, dramaturgas y cineastas, han indagado, cada una a su manera, en la personalidad de María Lejárraga y en su insólita actitud. Era una mujer tan vehemente en su lucha por la justicia como dócil y discreta en su papel de esposa.

María Lejárraga entregó a su esposo, Gregorio Martínez Sierra, empresario teatral y escritor de éxito gracias a ella, mucho más que su mano, su cariño o una buena dote: puso a sus pies todo su talento y una devoción incondicional, que acabó siendo más maternal que romántica. Gregorio firmaba las obras y María ponía la letra. Juntos, por decirlo de alguna manera, escribieron obras maestras del siglo XX. Suyo es el libreto del Amor brujo de Falla o la obra Canción de cuna, que triunfó en la temporada de su estreno y que repitió éxito cuando unos años más tardes fue llevada al cine.

Además de una capacidad intelectual y una cultura excepcionales, María era una mujer muy comprometida políticamente y, a pesar de disfrutar de una posición acomodada, se alineó con los desfavorecidos. En lo literario siempre permaneció a la sombra de su esposo y en lo personal le fue leal a pesar de su abandono, sin embargo ella fue una de las primeras en difundir el mensaje feminista en España, alentando a las mujeres a valerse por sí mismas, a liberarse y a ser valientes.

Tenía firmes convicciones católicas, alzó la voz por la justicia, conoció a Pablo Iglesias, fue diputada socialista por la provincia de Granada en las elecciones de 1933, participó en el Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo.

No era una tímida ni una mujer débil. Se codeaba con pensadores y artistas. Nunca fue clara sobre sus razones para negar su autoría en las obras que se atribuía su marido. Dio algunas explicaciones peregrinas cuando más adelante se supo que, ante notario, Gregorio había dejado constancia de que, aunque él pusiera la firma, todo lo habían escrito juntos. Habló de un juramento, hecho cuando era jovencita, y de un berrinche por el poco interés que su familia había mostrado por su primer libro.

María mantuvo su pacto de silencio hasta la muerte. Empezó a firmar con el apellido de su marido, Martínez Sierra, cuando él ya había fallecido y la hija que él había tenido con una famosa actriz le reclamó los derechos de autor. “Ahora firmo mis libros, porque si no firmo no cobro y si no cobro no como”, aún se justificaba en sus últimos años, desde su exilio en Argentina.

Finalmente, ya fallecidos María y Gregorio, una sobrina sacó a la luz las cartas que él le enviaba y que ella había guardado cuidadosamente, tal vez para sí misma, para no acabar creyéndose su propia mentira, o tal vez con la secreta esperanza de que alguien le hiciera justicia algún día. En esas misivas Gregorio se deshacía en elogios y mimos con María, aunque estuviera de viaje con su amante, y siempre incluía instrucciones precisas para que le escribiese y enviase ahora un discurso, luego una conferencia, un artículo, una obrita de teatro, una novela...

Quién sabe las razones de María. Quizá pensó que el público se tomaría sus obras más en serio si iban firmadas por un hombre o tal vez le cegó el amor por Gregorio, quizás aquello fuera producto de algún tipo de sublimación maternal o puede que a María, tan liberal, le pesasen los prejuicios más de lo que hubiera querido reconocer. María, tan brillante y vital, voluntariamente ensombrecida, guardaba un misterio que nunca llegaremos a entender del todo, aunque material para ahondar en él hay de sobra.

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