Opinión | EL DESLIZ

Enrique de Inglaterra y otros reales segundones

El hermano menor del heredero británico sangra por la herida de su falta de perspectivas. Su biografía recién publicada amenaza el reinado de Carlos II antes de ser entronizado

Ilustración de Elisa Martínez

Ilustración de Elisa Martínez / LOC

Puede que Enrique de Inglaterra sea el producto preclaro de los tiempos narcisistas que corren, consagrados a sacralizar las múltiples identidades del personal y a poner en un pedestal todas y cada una de sus frustraciones. Qué le pasa a este. Le pasa que tiene mucho tiempo y nada que hacer, salvo convertir en dinero sus lamentos de pobre niño rico. No se espera gran cosa de él, salvo que se mantenga lejos del trono de Inglaterra hasta que se le requiera (y que no sea pronto). La víctima número uno del panorama internacional la semana en curso disfruta de una vida de privilegios, pero no molestemos con pequeños detalles. El todavía duque de Sussex promociona su autobiografía. Se la ha escrito J. R. Moehringer, autor asimismo de las memorias de André Agassi, igual que a su padre Carlos III un ayudante le pone la pasta de dientes en el cepillo y le levanta la tapa del váter; honra merece el que a los suyos se parece. Despelleja a su familia, especialmente a las mujeres vivas en el tópico binomio madrastra/cuñada, con una saña que contrasta con su frialdad al recordar su paso por el Ejército, y los 25 talibanes que mató en Afganistán, en quienes no pensó “como personas. Eran piezas de ajedrez quitadas del tablero, la personas malas eliminadas antes de que pudiesen matar a las buenas”. En dicho tablero, él no será rey y jugará con las negras porque no es racista como la institución de la que procede y que ha forzado su exilio californiano junto a su esposa mestiza Meghan, la Yoko Ono de los Windsor.

Si en el común de las familias el primogénito puede sufrir el síndrome del príncipe destronado cuando nace su hermano menor, en las familias reales es el segundón quien lleva aparejada la penitencia de la falta de horizonte. Por fuera parecen millonarios y se comportan como millonarios, pero por dentro… Sufren y no se molestan en ocultarlo. Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin tampoco quisieron una existencia regalada a la sombra y han acabado en el banquillo, en la cárcel y en los programas de cotilleo. La hija menor de los Reyes eméritos de España resultó tan damnificada como su hermana mayor de una Constitución machista que en pleno siglo XXI proclama la prevalencia del varón sobre las féminas en la sucesión al trono. Otra hermana mayor relegada a segundona por mor de su sexo, Marta Luisa de Noruega, va a casarse con un chamán, Derek Werrett, quien afirma que en otra vida fue un rey en el Antiguo Egipto. Para evitar problemas en los nutridos anexos a los herederos, Margarita de Dinamarca ha despojado del título de príncipes a cuatro de sus ocho nietos, los hijos del segundogénito Joaquín con gran escándalo, indistinguible la monarca de la abuela. El rey de Suecia, Carlos Gustavo, considera un agravio y una injusticia que su hijo menor no llegue a reinar porque el país eliminó la ley sálica a beneficio de la primogénita Victoria. Le correspondía por nacer varón, en la lógica retro de la monarquía. El repuesto británico (así se denomina a los segundones en la familia de Enrique y así ha titulado su libro) va para best seller. El duque amenaza con ser más disolvente que su tío Andrés, otro número dos apartado e investigado por abusos a menores, y ya hay quien le señala como el principio del fin de la corona que aún no ha recibido con pompa y boato su padre. En el tablero hay un peón quejica buscando el jaque mate.

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