Opinión | Arenas movedizas

Gente de paso

Muchos de los personajes de los que hablan los medios de comunicación y la mayoría de los que alimentan los foros más populares son gente de paso. Ahora y en tiempos del Daily Currant, al que las enciclopedias consideran el primer periódico concebido como tal, allá por 1702. Los periódicos pueden ser el segundero de la historia, como dicen los pedantes, pero eso no los convierte en tratados de la memoria. Son una fuente muy útil para los historiadores. Su función es contar, analizar, opinar e interpretar lo que pasa mientras las cosas ocurren. Y mañana a otra cosa.

Algunos personajes que nutren la actualidad —y a ello añadamos las personas que se han convertido en un medio en sí mismas— desaparecerán en su mayor parte de las bibliografías de dentro de dos o tres siglos. O al menos de la conversación ordinaria. Ese portavoz de la comisión parlamentaria de no sé qué; ese secretario de Estado de no sé cuántos; ese alcalde ridículo que se mantiene por lo que dice y no por lo que hace; ese juez o jueza que toma decisiones inverosímiles. Ese influencer, ese youtuber, ese presentador machista, ese cantante de un solo éxito que da la matraca contra “la ola de comunismo que nos invade”, etcétera. Olvídense. Resulta —y lo sabemos— que como sociedad estamos prestando una atención desmesurada a lo intrascendente, a la evanescencia, a quienes están condenados a no dejar poso alguno en la historia.

Nadie hablará de muchos de los que encabezan el trending topic o anidan en la cultura del followerismo. Como dijo Vargas Llosa, si es harto improbable que los primeros premios Nobel de Literatura tengan hoy un solo lector —traten de buscar en su librería algo de Bjørnstjerne Bjørnson—, imaginen las referencias futuras de muchos y muchas de quienes a diario se suben a la tribuna del Congreso con pretensiones de Julio César. Condenados por la historia, para nada absueltos. El olvido es la condena.

Acudí días atrás a un concierto de Año Nuevo en el Auditorio Nacional. Dirigía Josep Vicent, un privilegio a la batuta con trazas de estrella de rock, una suerte de starman de la música clásica, con cuya ADDA Simfònica de 76 músicos conquistó la capital y dejó dos días seguidos de “no hay billetes” interpretando piezas de Ravel, Falla, Sibelius y Shostakóvich, autores formidables cuya obra revienta auditorios y lo seguirá haciendo mientras haya directores de orquesta como el alteano, del que también referenciarán los libros de música cuando nuestras ciudades se asemejen a la distopía. Se llena un recinto con Ravel como se llena Twitter de El Yoyas. El siglo que viene —concluí mientras la orquesta del maestro alicantino emocionaba al patio de butacas— Ravel seguirá llenando auditorios y El Yoyas correrá la misma suerte que Bjørnson. Pobre Bjørnson.

Como sociedad, prestamos atención a gente que a su desaparición no dejará nada, nombres propios que pasarán por la vida como un tránsito hacia el olvido y la evanescencia. Un concierto cuya partitura se interpreta a lo largo de siglos cabalga a lomos del tiempo y se hace inmortal en la versión unamuniana del término, “el eterno combate por no perecer”. La actualidad tiene fecha de caducidad, la historia no. ¿Por qué, entonces, volcamos la atención sobre tanta medianía? Se recordará a Greta Thunberg y se olvidará al luchador del batín y los coches deportivos. Se rememorará al premio Nadal, al campeón de Roland Garros y al de la Champions League; a Falla y a Ravel; incluso a personajes ficticios como Mr. Tambourine Man, el Major Tom y Penélope, que revive y se marchita sin salir del andén tantas veces como en alguna parte suene Serrat, otro inmortal.

¿Qué herencia dejarán los del candelero o algunos irrelevantes del Gobierno y de la oposición que alcanzan el trending topic porque se han confundido al votar? Nadie se acordará de Risto Mejide, de El Yoyas, de los contertulios del Sálvame, de tres cuartas partes del arco parlamentario.

Los desconocidos de hoy son los inmortales del futuro. De estos heredaremos vacunas, descubrimientos, inventos fabulosos, viajes a Marte, novelas, películas, obras de arte formidables, la cura del cáncer; nombres menos populares que poblarán las enciclopedias y bautizarán fórmulas matemáticas y principios de la física. Habrán pasado por la vida con el brillo luminoso y longevo del cometa, mientras que los intrascendentes lo harán como el meteorito, relevante hasta que se desintegra, un mero divertimento.

Suscríbete para seguir leyendo