Opinión | El correo americano
Lo mismo de siempre
La elección de Kevin McCarthy como presidente de la Cámara de Representantes fue una de las más largas de la historia. Se produjo después de 14 derrotas. La última vez que el partido en el poder no lograba elegir a su líder a la primera fue hace un siglo. El periodista Glenn Greenwald, uno de los reporteros que, gracias a las filtraciones de Edward Snowden, destapó en 2013 el sistema de vigilancia masiva llevado a cabo por el Gobierno de Estados Unidos, se preguntaba estos días qué tiene eso de malo, cuando la democracia consiste precisamente en negociar, llegar a acuerdos y cerciorarse de que todas las voces, por muy minoritarias y disparatadas que nos parezcan, sean tenidas en cuenta.
Según Greenwald, el modo en que los medios de comunicación describieron este proceso (el Partido Republicano entregándose a los radicales y exhibiendo un liderazgo frágil) denota una falta de cultura verdaderamente democrática en la prensa corporativa del país. La reflexión de Greenwald es pertinente y, desde un punto de vista filosófico, tiene sentido. El problema, como casi todo en esta vida, es el contexto. El tiempo que se tardó en elegir al presidente no tuvo tanto que ver con el espíritu democrático de la cámara legislativa como con el ansia de protagonismo de unos influencers metidos a congresistas que aprovechan sus horas en el circo mediático para seguir incrementando su popularidad en las redes sociales.
No fue este un periodo de negociación política e intercambio de ideas, sino unos días de amenazas, gestos frívolos y vulgares, comportamientos infantiles y espectáculos grotescos. Ocurre que el Congreso, para un buen número de representantes, ya no es sino un plató más del Infowars en el que grabar unos cuantos discursos escandalosos. Aunque conviene no olvidar que ese es el estilo que parecen celebrar sus votantes, quienes los envían a Washington para acabar con el establishment a base de bulos, declaraciones políticamente incorrectas y conspiraciones. El “drama” de la votación simbolizó muy bien el estado de la política actual y el formato del juego democrático: mentiras, reality show y, pese a los fracasos de los midterms, un trumpismo que, en palabras del propio McCarthy, todavía ostenta una influencia que no debería subestimarse.
Una vez pasado este pequeño y convulso episodio, que tantas noticias nos dio, cada protagonista contó su versión de lo sucedido. Una realidad hecha a la medida de sus followers. Greenwald acierta al recordarnos que así es la democracia, a pesar de que quienes participan en ella quizás no lo hagan por las razones que se le presuponen. Sin embargo, algunos medios, con sus coberturas, certifican aquella afirmación shakesperiana de Nixon ante el retrato de Kennedy en la película de Oliver Stone: ven lo que les gustaría ser, no lo que son. Y así hasta las elecciones de 2024.
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