Opinión

Emanuela Orlandi y la perseverancia

Emanuela Orlandi tenía 15 años cuando desapareció y ya han pasado 40 sin que se haya aclarado qué pasó ni dónde está. La familia no se rindió, pidió más y más pesquisas, pero fue en vano. Hasta tres tumbas reabrieron para buscar, siguiendo pistas de anónimos, el misterio no podía ser más turbio: una desaparición en el Vaticano, en un momento político en que la mafia apretaba fuerte, y donde la sombra de abusos sexuales, secuestros y chantajes planeó por la investigación inicial.

Si el caso se cerró hace tres años, fueron las paredes de la ciudad, cubiertas de carteles pidiendo información por su desaparición, las que ahora han empujado a que se vuelva a investigar, eso y desde luego, la serie de Netflix que ha promovido los carteles, que ha puesto el nombre de Vatican girl en todos los labios, y que ha presentado nuevas líneas de investigación. Es televisión, es reconstrucción en parte ficticia, es entretenimiento pero es sobre todo opinión pública y una herramienta formidable para mover conciencias y voluntades.

El camino que recorre el caso de Emanuela Orlandi es el mismo que ha transitado recientemente Helena Jubany, la bibliotecaria de Sentmenat que fue asesinada en 2001 y cuyo caso sigue sin resolverse. Fue archivado pese a la insistencia de la familia, decepcionada con la investigación que no se fijó lo suficiente en el círculo de sospechosos que la rodeaban y que podrían estar relacionados con los anónimos que recibió días antes de su muerte.

El caso se reabrió después de que un equipo de investigación se organizara a partir de un reportaje de Crims, un programa periodístico que reconstruye sucesos en radio y televisión que se volcó en recuperar el caso y no dejarlo en el olvido. Ese equipo resultó esencial para el hallazgo de nuevas pistas, según explicó el periodista Carles Porta, Orlandi o Jubany tienen aún un camino de incertidumbres por delante, pero su desaparición merece respuestas y que todos las busquemos.

En algunos casos ha sido el mismo reportaje el que a medida que preparaba las entrevistas y los elementos de la narración, recuperando testigos y sospechosos, daba con la clave de un caso que se mantenía escondida. Eso sucedió con el célebre The Jinx, que puede verse en la plataforma HBO, y que reconstruye una misteriosa historia: la desaparición de una mujer en 1980, el asesinato de otra en 2000 y el descuartizamiento de una tercera en 2001. Todas ellas tenían relación con Robert Durst, marido de la primera, y que fue condenado por la muerte de la tercera, pero liberado por considerarse que actuó en defensa propia.

La investigación periodística fue acompañada por charlas de hasta 20 horas a lo largo de la producción con el protagonista, y en una de esas sesiones lo confesó todo. La actuación coordinada del periodista y la policía permitieron la detención de Durst antes de que se difundiera el desenlace del true crime, en una sinergia ejemplar entre el trabajo periodístico y el policial que garantizó que se hiciera justicia.

Las familias que viven la desaparición inexplicable de un ser querido son la memoria viva de esa injusticia, y el respeto por su dolor y sus derechos, el acicate para seguir investigando. Pero allí donde no llegan los recursos de la justicia y siempre que se actúe por los cauces elementales, el periodismo en sus múltiples formatos es la herramienta que aún te reconcilia con esa función social que lleva implícita en su ejercicio.

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