Opinión | Crónicas galantes

La lluvia en Galicia es maravilla

Tardaban en llegar los habituales disturbios en la atmósfera propios del invierno: y para corregir ese desorden comparecieron días atrás las borrascas Fein y Gerard. Ya han vuelto por donde habían venido, que este del clima es, a fin de cuentas, fenómeno de naturaleza mudable.

Llovió en casi toda España e incluso en Galicia, lo que no deja de resultar admirable circunstancia. Lo propio del tiempo sería más bien sorprendernos con temporales en agosto y temperaturas tropicales en enero; pero en esto se conoce que la meteorología es ciencia carente de imaginación. A diferencia del clima, nunca cambia.

Algo de culpa tendremos los medios de información y en particular los audiovisuales, con su insistencia en advertir a la población de que cae agua en invierno y luce el sol durante el estiaje.

Basta en efecto que las nubes empiecen a aliviarse de agua o que las olas se encabriten un poco para que los canales de televisión corran a destacar a sus enviados especiales en la orilla del mar. Desde allí los reporteros constatan que está lloviendo, en un inacabable día de la marmota que se repite todos los años por estas fechas.

La información se convierte así en una variante del espectáculo, aunque tampoco hay que desdeñar el papel de las autoridades meteorológicas que han ascendido a la categoría de “ciclogénesis” lo que antiguamente se conocía por el más modesto nombre de borrascas.

Eso es lo que ha ocurrido ahora con la arribada de Gerard y de Fein, nuestras últimas tronadas proveedoras de viento, lluvia, nieve y hielo. Otras vendrán aún, que la temporada de chaparrones es larga por mucho que cambie el clima.

Aunque no las recordemos de un año para el otro, la verdad es que las borrascas tienen el hábito de presentarse en este húmedo reino con la misma puntualidad que los anuncios de la lotería navideña.

Cuando llega la temporada de otoño/invierno se dejan caer por Galicia con sus tormentas, sus olas arboladas y sus truenos de cinco estrellas para recordar a los aborígenes que, por mucho que mude el clima, hay cosas que jamás cambian.

Probablemente sea cierta la teoría del cambio climático, desde luego; pero de momento estamos más bien ante un cambio de denominación. Las galernas, esa cosa tan rancia, han dejado paso a las ciclogénesis explosivas y a las bombas meteorológicas: dos conceptos que alarman mucho más al personal. Poco importa que las borrascas se comporten como de costumbre y dejen caer la habitual ración de viento, agua y —en su caso— nieve. Lo que cuenta no son las cosas en sí mismas, sino la manera de denominarlas.

Si acaso, podría decirse que el invierno se ha demorado esta vez un poco en llegar a Galicia, que en cierto modo es su patria natal. El tren de borrascas suele arrancar allá por el otoño, que durante la temporada en curso abundó en veranillos de San Martín y San Miguel, dando falsas esperanzas de cambio al personal.

Poco ha durado esa ilusión. Tarde, pero con vigor, las borrascas han hecho acto de presencia por aquí, para sorpresa de quienes aún consideran que la lluvia en Galicia es pura maravilla y cosa de asombrar. A saber lo que dirán por Sevilla a estas alturas del año.

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