Opinión

Dos alumnas distinguidas por sus universidades madrileñas

Cuenta José Barros en El Debate del 25 de este mes que en un encuentro celebrado en la Universidad Autónoma de Madrid, el 8 de junio de 2019, entregaron varios premios a un grupo de antiguos alumnos con trayectorias destacadas en el mundo profesional. Y añade que entre los galardonados de entonces se encontraba la actual ministra de Igualdad, Irene Montero, licenciada (2011) y máster (2013) en Psicología por dicha institución. Informa también que Montero obtuvo una calificación de sobresaliente —nota media de 9,09— en su licenciatura, más una nota media de 9,5 en su máster. Y concluye que gracias a estas calificaciones obtuvo en 2013 una beca FPU para iniciar sus estudios de doctorado, que no terminó debido a su salto a la política activa en la formación de Podemos.

Como era de esperar, el acto institucional transcurrió entonces con total normalidad en uno de los paraninfos que tiene la Universidad Autónoma en su campus de Tres Cantos y al finalizarlo hubo hasta un concierto de música clásica para celebrar este “Encuentro Alumni”.

Este acto, sin el hostigamiento de ningún partido radical, se desarrolló como tenía que ser y dejó a la Universidad que lo organizó en el buen lugar que le correspondía. Y es que es una buena iniciativa académica premiar a aquellos alumnos que, después de abandonar la Universidad, lograron una trayectoria destacada en el mundo profesional. Por eso, habría permanecido arrumbado en el olvido del recuerdo de no ser por lo que acaba de suceder con otra distinguida política.

Me refiero, como habrán adivinado, al acto celebrado esta semana en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, en el que, además de a otros relevantes periodistas y escritores, se galardonó a la presidente de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, con el título de “alumna distinguida”. El acto se desarrolló entre fuertes medidas de seguridad como consecuencia de la fuerte polémica que suscitó el galardón y los anuncios de manifestaciones del mundo estudiantil radical. Y ello a pesar de que Ayuso precisara que se lo daban por “ser la presidenta de todos los madrileños” y no por cuestiones académicas, ya que de ser así “francamente, a lo mejor ni siquiera lo hubiera aceptado; pero las cosas no van por ahí”.

He tenido la ocasión de escuchar en directo por la radio la noticia y de ver después las imágenes por televisión y mi valoración personal de lo sucedido durante el mencionado acto de entrega y mi valoración es la siguiente.

En primer lugar, en toda concesión de un honor entran en juego elementos objetivos y subjetivos del galardonado y cuanto más adecuada sea su ponderación mayor será el acierto al otorgarlo. Desde luego, para atinar a la hora de atribuir una distinción es imprescindible que el destinatario tenga méritos indiscutibles para obtenerlo. Cuanto más relevantes y menos incuestionables sean sus merecimientos, más fácil será no equivocarse al concederle el premio. Y lo contrario, si son escasas sus virtudes, no solo no acertarán quienes concedan el galardón, sino que acabarán desprestigiándolo. Todo ello, claro está, teniendo muy presente el propio objetivo del premio.

Los problemas surgen cuando pesan menos los méritos objetivos del galardonado que las motivaciones subjetivas e interesadas de quienes le conceden la prerrogativa. Lo cual sucede frecuentemente cuando el premiado tiene poder, por lo general político o financiero, cuyos posibles favores se convierten en un argumento de peso para otorgarle la distinción.

En el caso de las dos exalumnas galardonadas, si lo que se premiaba fue la brillante trayectoria de la alumna en cuestión tras abandonar la Universidad considero que en ambos casos se acertó al considerar “distinguidas” a dos alumnas que llegan a ser, una ministra, y la otra presidente de una Comunidad Autónoma de la importancia de Madrid.

La segunda reflexión tiene que ver con las reacciones de los asistentes a los respectivos actos de entrega de la distinción. El acto de Irene Montero fue totalmente pacífico y al no haberse politizado en plena consonancia con lo que es propio y específico del ámbito universitario en el que se organizaba: todo muy pacífico y sin que ningún asistente pudiera sentir amenazada su libertad de expresión.

Todo lo contrario, en cambio, fue lo que sucedió en el de Isabel Ayuso. El amplio dispositivo policial que filtró los asistentes a la sala en la que tuvo lugar el acto no resultó exagerado a la vista de las confrontaciones verbales que hubo entre los detractores y los partidarios de Isabel Ayuso. Unos y otros tuvieron libertad para gritar lo que tuvieron por oportuno. Pero con una importantísima diferencia: mientras a Ayuso le gritaban ¡presidenta! ¡presidenta! —algo que, por lo demás, es cierto—, los azotacalles radicales profirieron insultos gravísimos e intolerables como llamarle “asesina” y “fascista”.

Habrá personas de izquierdas que puedan sentirse compresivas y hasta orgullosas de que se insulte de ese modo a personas como la presidenta de la Comunidad de Madrid. Pero si alguien tiene estos sentimientos enfermizos le aconsejaría que se lo hiciese mirar.

No me resisto, por eso, a recomendar la lectura de un revelador artículo de Antonio Elorza en The Objetive, titulado Sin salida, en el que, entre otras cosas, escribe: “…. y esa siembra de odio y de agresividad, no es de izquierda ni de derecha. Simplemente nos lleva a un callejón sin salida, donde como en los regímenes modelados sobre el patrón castrista, la democracia es hoy aplastada y pasa luego a carecer de futuro, bajo el imperio de la violencia y del odio. Tal vez por eso los demócratas opuestos al régimen naciente (se refiere al sanchismo) debieran precisar sus consignas y trazar las propias fronteras. El lema debe ser único: Constitución”.

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