Opinión | Shikamoo, construir en positivo

El cometa verde y las macrogranjas

Pues ya lo ven, estamos en febrero... ¿Han podido ver ustedes el cometa verde, de nombre frío pero con una estampa de belleza cautivadora? Pues, si les interesa este tipo de fenómenos, pónganse a ello, que es fácil con solamente mirar el cielo y no habrá una nueva oportunidad, al menos y en el mejor de los casos en una cantidad de siglos y milenios tal que... seguro que hará mucho que no andaremos por aquí ni nosotros ni muchísimas generaciones más...

Queda, pues, esto en el aire, nunca mejor dicho... Ya me contarán. Y ahora déjenme que les proponga otro tema muy de actualidad, sobre el que hilvanaré mi punto de vista, y cuya pervivencia parece que está ante un claro punto de inflexión. Me refiero a las macrogranjas —de vacuno o porcino, por poner un ejemplo— y a la reciente decisión del Consejo de Ministros de limitar el número de cabezas en tal tipo de instalaciones, lo que no deja de ser un golpe en plena línea de flotación a los proyectos más “macro”. ¿Tienen ustedes alguna opinión previa sobre tal cuestión? La mía se la cuento. Pasen y vean...

Pero antes déjenme que, volviendo a este cometa de órbita parabólica y a los cincuenta mil años, aproximadamente, entre dos aproximaciones sucesivas del mismo a La Tierra, enarbole la hipótesis de que en el tema de las macrogranjas también el tiempo juega un papel muy importante. ¿Por qué? Porque tal tipo de industria tiene que ver con nuestra forma de estar en el planeta, la percepción de qué es la vida y, también, de cómo queremos aprovechar el tiempo en que vivimos. Tal planteamiento, que puede aplicarse a todo lo “macro” y a conceptos como el crecimiento y el decrecimiento, está latente en muchos de los emprendimientos humanos, y al nivel de codicia inherente o no a cada uno de ellos. Y, si no lo tenemos en cuenta en nuestro análisis, quizá nos estemos perdiendo una parte de la lógica subyacente en tal tipo de proyectos, que nos hará falta para poder dirimir su pertinencia o no.

La cuestión es que una macrogranja es, en sí mismo, un proyecto cortoplacista. Un proyecto contra el tiempo: se trata de minimizar los costes y maximizar los beneficios en el menor tiempo posible, concentrados estos últimos en un único actor, sea este una empresa, un fondo o incluso una cooperativa. ¿Cómo? Pues a costa de un consumo intensivo de recursos, una producción acelerada y una implantación en el territorio que termina sacrificando al mismo. Las macrogranjas, además, son contrapuestas a un modelo económico que tenga como objetivo la fijación de las personas al campo, el desarrollo de actividades económicas cotidianas sostenibles y, a la postre, la mejora de la calidad de vida. La macrogranja es una guerra contra el tiempo, a veces de forma poco ética en cuanto al bienestar animal o la salud pública, para engordar a un ganado con el que se tiene cero empatía en el único empeño de llegar a poder procesarlo para el consumo humano en el período de tiempo menor posible, al coste mínimo. No tiene nada que ver con las formas de cría artesanal y a la rica cultura rural construida a partir de las actividades del campo, que forman un modelo cultural en sí mismas. Las macrogranjas son, desde mi punto de vista, altamente prescindibles.

A nivel medioambiental, las macrogranjas también son altamente lesivas para su entorno. Y es que la capacidad regenerativa del medio ambiente ante proyectos como el de Noviercas (Soria), donde se pretendía hacinar a veinticinco mil animales, es nula. Son muchos y muy contrastados los perjuicios que este tipo de instalaciones producen en el territorio desde todos los puntos de vista. Proyectos, por otra parte, que surgen de forma poco natural, de la mano de capitales ajenos al territorio, y que no suelen destacar por su vena conservacionista o proteccionista de lo de todos.

En las macrogranjas los recursos humanos se llevan a la mínima expresión. ¡Bien, mayor beneficio! Pero la pregunta es... ¿para qué? Y, ¿para quién? Ya saben que, cuando en la recogida de la cosecha participaban todos, en el campo esto originaba toda una panoplia de acontecimientos mucho más allá de lo laboral y económico. Luego llegó el mecanizado, la automatización y las enormes cosechadoras, y dos hombres subidos a una máquina hacen lo que antaño abordaban cientos... ¿Y? Acaso, ¿el papel del trabajo no es también la participación activa en la sociedad, y la distribución de la renta y, a partir de ahí, de la riqueza? No olviden que vivimos en una época en la que, definitivamente, se está disparando la brecha social entre los que más tienen y las grandes mayorías... Es bien cierto que las macrogranjas maximizan el beneficio y minimizan los costes pero... ¿para qué? ¿Nos compensa como conjunto? Creo que tender a finiquitar el modelo de macrogranjas, acompañándolo de las políticas adecuadas para revivir las granjas pequeñas y medianas, más instaladas en la equidad, puede mejorar mucho un panorama que ha ido menguando hasta la mínima expresión. ¿Cuál? El de tales explotaciones tradicionales, hoy abocadas al fracaso desde una regulación que no les favorece y una estructura de costes y de generación de cadena de valor que aún lo hace mucho menos...

Bueno... como en botica, opiniones habrá para todos los gustos. Yo, en este ejercicio de aprendizaje mutuo, esbozo las mías de forma sucinta, en este caso concordando con las tesis esgrimidas desde muy buena parte del sector, de las entidades medioambientalistas y, por lo que parece, del actual Gobierno. ¿Qué piensan ustedes? Ya me contarán. Y no se olviden de hablarme también de si han visto o no el cometa... Pero ojo con la Luna, hoy en fase creciente, que les puede arruinar la observación... Esperen a que se ponga...