Opinión | Un millón

Tenemos que hablar

Cuando escaseaban los teléfonos, las casas burguesas tenían una pequeña habitación a la entrada y las humildes, la cocina para recibir a las visitas. Si eran familiares podían ser inesperadas y si eran gorronas, llegar a la hora de la merienda. Hace cien años había mucha literatura periodística contra las visitas, los pelmazos y los sablazos porque la comunicación es sana, pero tiene sus patologías.

Cuando llegó el teléfono, la llamada fue sustituyendo a la visita. Los primeros aparatos estaban clavados en la pared y se escuchaban a pie firme, como en las trincheras. La conversación telefónica no fue cómoda e íntima hasta que llegó el supletorio. Cuando la casa se habituó al maravilloso aparato (“¡al aparato!” se decía cuando preguntaban por el que descolgaba) se fue volviendo incordiante. Algunas personas anunciaban llamada amenazando: “ya te daré un telefonazo”. A lo mejor por eso el timbre sonaba y sonaba sin que nadie se atreviera a descolgar hasta que alguien con autoridad gritaba: “¡coged ese teléfono!”.

Ahora la gente joven apenas habla por teléfono. Hay estudios que recomiendan hacerlo. La ciencia dice “habla por teléfono” donde mi padre decía “¡cuelga, que eso corre!”. Desde la tarifa plana del móvil teléfono ya no corre. Hemos dejado de llamar por teléfono para recibir más mensajes escritos y monólogos de audio. Seguimos escapando de la visita inesperada, del pelmazo, del sablazo, del telefonazo (del comercial de Vodafone que lo reúne todo).

Los adolescentes del desarrollismo habríamos dado algo por una tarifa plana que nos permitiera prolongar hasta el infinito el “cuelga. No, venga, cuelga tú”, equivalente a las visitas en retirada que se hacían fuertes en la puerta. Todos pensábamos, influidos por la televisión, que el teléfono era ciego por discapacidad y que en cuanto pudiera transmitir imágenes todo serían videoconversaciones. Ahora vemos que han quedado restringidas al trabajo, a ver crecer a los nietos, a algunas formas de cortejo para novios y al sexo para amantes lejanos.

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