Opinión | Inventario de perplejidades

Cuando los tanques juegan al fútbol

Asociamos la imagen de los tanques con acontecimientos desagradables. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo grandes batallas entre ejércitos dotados con esa clase de armamento. En el norte de África ganó fama de buen estratega el mariscal británico Montgomery, una figura casi tan popular como Winston Churchill. Su enfrentamiento con el archifamoso mariscal alemán Rommel, el “zorro del desierto” como era conocido, fue uno de los episodios bélicos que acabarían por entrar en la leyenda. Y en ese mismo apartado, ya en el escenario europeo, hay que mencionar al general norteamericano Patton, un militar extravagante, al que tuvo que atar en corto el general Eisenhower.

Pero la batalla decisiva se libró en Kursk, en territorio de Ucrania, donde los blindados soviéticos fueron más veloces y certeros que los Panzer de los nazis. Detenido el ejército del mariscal Von Paulus en la heroica ciudad de Stalingrado y con el “general invierno” dificultando sus movimientos, la batalla de Kursk está considerada por los estudiosos como la mayor de la Historia por la cantidad del efectivo utilizado.

Acabada la Segunda Guerra Mundial, y ya en plena Guerra fría, el poder de intimidación de los tanques contribuyó a sofocar las protestas populares. Hemos visto tanques en la represión de la revuelta húngara y lo mismo en la de Checoslovaquia. Y a un hombre caminando solo delante de un blindado en la plaza de Tiananmén, una imagen icónica. Pero los que usamos la palabra “tanque” preferimos una acepción que ni siquiera sabemos si figura entre las que recoge la RAE. Para nosotros un “tanque” es un jugador de fútbol dotado de una enorme fuerza física que le permite arrollar las defensas contrarias. Y marcar un gol. Los ingleses, que son los inventores del fútbol y de la penicilina, utilizaron largo tiempo esa táctica tan simple hasta que un asombroso equipo de exiliados húngaros (Puskas, Kocsis, Czibor, Hidegkuti) les dio una paliza que les hizo abandonar su “espléndido aislamiento”.

En el fútbol español rudimentario se practicaba el pase largo, la segunda jugada, y los lanzamientos desde la esquina. La pelota viajaba, muy alta, por el aire y algún internacional y mala leche, como Alsúa, fingía disparar a los pájaros. De otro jugador genial (de los tres mejores de la Historia) el hispanoargentino Alfredo Di Stéfano, siendo entrenador, se cuenta que mantuvo un diálogo socrático con un jugador al que fue llevando de pregunta en pregunta hasta llegar a la conclusión de que lo mejor era impulsar el balón a ras de hierba. Que no es tan fácil como parece. Jugando yo con los juveniles del Deportivo pude observar cómo golpeaba Chacho, el internacional que más goles marcó en un partido, (6 contra Bulgaria). La pelota iba a un palmo del césped a lo ancho del campo de juego, una distancia considerable. También vi de cerca el entrenamiento de Luis Suárez, otro que la tocaba de maravilla.

En cuanto a los “tanques” propiamente dichos, recuerdo entre los mejores a los alemanes Uwe Seeler y Gerd Müller. En la liga de por aquí, hemos de citar a Amoedo con cuerpo de gladiador. Disfrutó un final de liga en compañía de los mozambiqueños Jorge y Fernando Mendoza que se las ponían a capricho y él las fusilaba a placer. El legendario vasco Telmo Zarraonandia (Zarra) de segundo apellido Montoya, pese a su fama de tanque por su juego de cabeza, era más bien habilidoso y oportunista ante el gol.

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