Opinión | El trasluz

Fondos de inversión

En la puerta del mercado de mi barrio hay una chica con una bata blanca que toma la tensión por un euro. Me la toma y dice que la tengo bien, tirando a alta, pero es porque vengo de caminar deprisa. Le pregunto si esto de la tensión es un buen negocio y dice que no le va mal. Se ha sacado veinte euros en apenas una hora. Le pago y me meto en el mercado. No necesito comprar nada, pero me gusta dar una vuelta por los puestos y contemplar el género. En la cola de la pescadería, pillo la siguiente plática entre dos hombres mayores.

–Qué es exactamente un fondo de inversión? –pregunta uno.

–Es un producto financiero –responde el otro.

–Pues me dejas igual que estaba.

–¿Qué te interesa de los fondos de inversión?

–Parece que están comprando todas las viviendas de la ciudad. Por eso suben tanto los alquileres.

Abandono la pescadería, pues se han dado cuenta de que los escuchaba y me dirijo a un puesto de variantes para comprar unas aceitunas. Mientras me despachan, pienso en los fondos de inversión, sobre los que tampoco sé demasiado. Los imagino como una divinidad que influye sobre nuestras economías domésticas pese a que no seamos capaces de ponerles rostro. Los fondos de inversión carecen apellido, aunque suelen adoptar nombres rimbombantes. Algunos están indexados, lo que tampoco sé qué significa.

Abandono el mercado comiéndome las aceitunas y me detengo a hablar con la chica que toma la tensión. Le comento lo raro que se ha vuelto todo.

–Hace años —le digo— habría sido impensable que me tomaran la tensión en la puerta del mercado y que escuchara una conversación sobre productos financieros en la cola de la pescadería.

–Lo mejor de todo —dice ella— es que en lo que soy experta realmente es en asuntos económicos. Tengo un máster en inversiones de alto riesgo.

–¿Y por qué te dedicas a esto?

–Porque no encuentro trabajo en lo mío. Pero si quieres te explico cómo funcionan de verdad los fondos de inversión.

–Vale –digo.

–Serán dos euros –dice ella.

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