Opinión

Las señoritas de la Residencia

La Residencia de Señoritas fue el primer centro oficial que fomentó el acceso a la educación superior de las mujeres en España. Abrió sus puertas en octubre de 1915, con 30 jóvenes residentes y bajo la dirección de la pedagoga María de Maeztu Whitney, que no la abandonó hasta la Guerra Civil y el exilio, tras la ejecución de su hermano Ramiro a finales de 1936. Para María de Maeztu la Residencia de Señoritas fue la obra de su vida, y para sus residentes, un espacio vibrante, en el que se desenvolvían como las mujeres libres e inteligentes que eran, con las peculiaridades de la época, un lugar como no volvió a haber hasta mucho tiempo después.

Las chicas de la Residencia de Señoritas se codeaban con Marie Curie, María Montessori, Concha Méndez, Victoria Kent, Matilde Huici, Victoria Ocampo, Gabriela Mistral, Zenobia Camprubí o Maruja Mallo. María de Maeztu las reclutaba para su gran proyecto y las conferencias y sesiones públicas que organizaba con ellas se hicieron muy populares en el Madrid de los años veinte. Gabriela Mistral y Victoria Ocampo demostraron con el tiempo y las contingencias ser amigas muy fieles, que la ayudaron en su éxodo por el sur de Europa y el continente americano.

La Fundación Ortega-Marañón inauguró recientemente, a finales de enero, un espacio cultural que no es otro que el que en su día ocupaba la Residencia de Señoritas, en Fortuny 53. Para recordarlo, hasta el 1 de julio, ha organizado una exposición temporal, en ese mismo recinto, sobre la actividad de aquella institución y sobre las mujeres que pasaron por ella. Motor de igualdad. Residencia de Señoritas 1915-1936 se titula y cuenta cómo, inspirada en los principios de la Institución Libre de Enseñanza e impulsada por el mismo aliento que la Residencia de Estudiantes, iba a ser decisiva para extender la igualdad entre hombres y mujeres.

Todo aquel empuje se quebró con la Guerra Civil y los años de franquismo, en los que se impuso el modelo de la Sección Femenina y su fundadora, Pilar Primo de Rivera, que, coloreado por una recia moral católica, promovía un ideal de mujer supeditado al varón, a la reproducción y a los cuidados. Lo que le venía bien al régimen político impuesto tras la Guerra, en definitiva.

¿Qué sería de aquellas señoritas de la Residencia, tan modernas? ¿Cómo soportarían tener que renunciar a sus aspiraciones? Unas huirían, buscarían espacios donde acomodar todo aquel fuego interior; a otras no les quedaría más remedio que acomodarse a aquel nuevo orden social, con mejor o peor suerte. Todo aquello que habían vivido en su juventud quedó cubierto durante mucho tiempo por una capa de olvido, pero el germen estaba allí y brotaría con vigor décadas después, y es el que nos sigue alimentando, porque aunque nunca se pueda dar nada por hecho tampoco nada se pierde del todo.

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