Opinión | Las cuentas de la vida

El IPC amenaza la recuperación

Mientras la inflación prosigue una senda irregular pero bajista en España —la más baja en 2022 de toda la Unión Europea—, la subyacente continúa disparada en nuestro país y en toda la zona euro. Esta divergencia define un territorio inestable que preocupa —y mucho— a las autoridades monetarias. En su última reunión, el Banco Central Europeo elevó los tipos de interés otros 50 puntos básicos hasta un 3%, mientras el endurecimiento de su discurso apunta hacia nuevas y contundentes subidas quizás de hasta el 3,75 antes del verano, dependiendo del comportamiento de la inflación subyacente. El vigor económico, mucho mayor de lo previsto inicialmente a ambos lados del Atlántico (a pesar de que en Estados Unidos, por ejemplo, el crecimiento esté ya cerca del 5%) y también el posible repunte de la demanda en China —tras un invierno definido por una política más laxa frente a la COVID— contienen esta inquietud relativamente amable con el empleo, aunque más preocupante en lo que concierne al crédito y a la deuda. En definitiva, hay que domesticar la macroeconomía para hacer viable la economía a pequeña escala, y no solo la empresarial.

No sólo en efecto, porque las primeras víctimas de un proceso inflacionista son los ciudadanos. Los ahorros disminuyen notablemente (a un ritmo al principio imperceptible, pero con una velocidad de vértigo al cabo de poco tiempo), reduciendo la capacidad de compra de las familias. Los salarios no suben al ritmo del IPC —y parece haber buenas razones para evitar esta escalada—, lo que afecta especialmente a las rentas más desfavorecidas. Muy pronto, los tipos de interés repercuten tanto en las hipotecas como en el crédito al consumo, con el objetivo de moderar el gasto y de reducir la presión al alza. Sin embargo, las primeras víctimas son de nuevo los ciudadanos, que, por un lado, ven dificultado su acceso a los bienes de consumo y, por otro, el coste de sus deudas se dispara, en ocasiones hasta en varios miles de euros al año. Muy difícilmente el incremento de los salarios puede cubrir el impacto del euríbor.

El problema, como siempre en estos casos, es el tiempo. ¿De cuánto tiempo hablamos? ¿Es cuestión de un año o de dos, de uno o de varios lustros? Cuanto mayor sea su recorrido, más inevitables se mostrarán sus consecuencias. Se diría que las expectativas de inflación generan más inflación, ya sea de un modo defensivo o agresivo: subida de precios y de salarios, de alquileres y de márgenes; y las consiguientes caídas del consumo y, probablemente, del empleo. ¿Cuál es el punto de equilibrio?

En ese difícil lugar de encuentro entre la represión de los precios y la actividad económica, se juega buena parte del prestigio de los bancos centrales —la FED en Estados Unidos, el BCE en la zona euro—. El trabajo, por ahora, apenas se ha resentido —hay pleno empleo en las principales economías desarrolladas— y el crédito no desciende. En España se espera para este verano otra temporada turística histórica y la expansión presupuestaria augura el mantenimiento de una velocidad crucero aceptable para la economía. Pero, si la inflación subyacente no se reduce de manera significativa en los próximos meses, la presión de los tipos puede convertir en inevitable una recesión mucho más dura de lo previsto ahora mismo. Llevamos tiempo navegando por aguas procelosas. Y, a pesar de que se vislumbra el sol en el horizonte, seguiremos así durante los próximos meses y, quizás, durante los años venideros.

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