Opinión | Inventario de perplejidades

La sutileza de los jesuitas

En la columna que, con periodicidad semanal, publica en la última página de El País la escritora argentina Leila Guerriero, se alude a una sutileza que deslizó el papa Francisco en una entrevista con la Associated Press. Según se puede leer en el texto difundido a los medios, el pontífice argentino dijo que “ser un homosexual no es un delito, es una condición humana”. La frase fue noticia destacada y sirvió de pretexto para todo tipo de comentarios, muchos de ellos con ribetes de escándalo. En las emisoras reaccionarias se insiste en decir que el Papa actual es un infiltrado diabólico que tiene como principal objetivo dinamitar desde dentro a la Iglesia Católica, los 1.400 millones de fieles bautizados y un patrimonio en bienes raíces de valor incalculable. ¿Cuánto valen las catedrales, los monasterios, las colecciones artísticas, los tesoros, las áreas de cultivo, las grandes explotaciones ganaderas, los paquetes de acciones o el control de medios de comunicación? La Iglesia Católica es pobre y ha hecho de la pobreza su opción preferencial y su razón de ser. Y también acredita una gran habilidad para escoger el momento para introducir sus mensajes.

En el texto repartido mundialmente por la agencia norteamericana se echa en falta una frase de Francisco que redondea su opinión sobre la homosexualidad. Es esta: “No es un delito, pero sí un pecado”. Durante la dictadura franquista todo lo que era “pecado” se convertía inexorablemente en “delito”. Y viceversa. La sutileza del Papa es la propia de un jesuita, según la escala de valores comúnmente aceptada.

En un sentido vulgar, “jesuita” es equivalente a hipócrita, a sinuoso, a maniobrero. Un buen amigo ya fallecido, el periodista ourensano Pepe Rei, publicó en la editorial Txalaparta un libro sobre Arzalluz, con ese título en la portada. El político vasco, que mangoneó el PNV a capricho durante muchos años, reunía todos esos rasgos de carácter. Muchos de ellos aprendidos cuando ejerció como sacerdote en las filas de la Compañía de Jesús, aquella que había fundado Ignacio de Loyola con un esquema militar.

Tenían fama los jesuitas de reclutar a los mejores y más dotados intelectualmente. Un compañero de Bachillerato fue cooptado por la Compañía, y cursó estudios en las universidades más prestigiosas. Pero todo aquel bagaje humanístico no le sirvió para hacer carrera con las huestes del Papa Negro. En su camino se cruzó una guapa licenciada en Bellas Artes y dejó los hábitos. En esa situación, o muy parecida, estaba José Francisco Alcántara que había ganado el Premio Nadal con La muerte le sienta bien a Villalobos. El que esto firma fue primero alumno de Griego y más tarde compañero en El Ideal Gallego, propiedad entonces de la Editorial Católica, y una noche en la redacción estábamos hablando sobre la élite política y Alcántara dijo que lo más parecido al Soviet Supremo era la cúpula de los Jesuitas. Es la comparación más acertada.

Suscríbete para seguir leyendo