Opinión
El tiempo y los ídolos
Uno creía, sin pensar mucho en ello, que siempre sería más joven que los futbolistas admirados. Luego llegó el gran trauma: tienen tu misma edad, más o menos. Más tarde, la devastación: los futbolistas son más jóvenes que tú. Todos. Siempre. Ahora, sin saber cómo va a soportarlo uno, llega otra señal de que el tiempo nos alcanza: se mueren tus dioses futbolísticos. El jueves falleció Marcos Alonso, Marcos, hijo y padre de futbolistas, ídolo de mi adolescencia, uno de ellos. “Gol de Marcos”, gritaban en Carrusel Deportivo en las tardes de domingo aquellos locutores que ponían banda sonora a la zozobra de las tardes dominicales, tardes de suplementos de periódicos, películas televisivas plomizas y ánimo mortecino. Los deberes sin hacer y esa chica que no llama.
Fue 22 veces internacional y lo seguí sobre todo en el Barcelona, cinco temporadas en los ochenta. Marcos jugó con boquerón Esteban y Alexanco, Urruti, Clos, Schuster, Archibald y tantos y tantos otros. Este no es un artículo sobre fútbol ni sobre nostalgia y ni siquiera tiene el mérito documental de ser un homenaje a un gran futbolista. El fútbol es la cosa más importante de las cosas poco importantes de la vida, dijo Arrigo Sacchi, el mítico técnico del Milán, si bien algunos atribuyen la frase a Valdano quizás porque tiene una trayectoria más proclive a expeler grandes citas con facilidad. O para que se las atribuyan. Valdano entra en un restaurante, dice buenas tardes y ya hay gente que lo apunta y lo toma como una máxima sabia y filosófico poética. Otros expelen ventosidades, como el protagonista del cuento de Vargas Llosa que ha cobrado actualidad y que tiene tintes autobiográficos. Pero no nos desviemos. “Si ganamos, seremos eternos”, dijo una vez Guardiola, que sería recoge pelotas en el Nou Camp cuando Marcos, haciendo sociedad en la delantera con el lobo Carrasco, ponía en aprietos al Madrid.
Yo tuve el cromo de Marcos y lo guardé con afecto. Junto a viejos autógrafos de tantos jugadores azulgrana que venían al Hotel Meliá Costa del Sol, en Torremolinos, cerca de mi casa de entonces, cuando tenían partidos con el Málaga. Ahora es mi hijo el que admira al hijo de Marcos, Marcos Alonso Mendoza, lo mismo que mi padre admiró al legendario Marquitos. La vida sigue y la pelota rueda. Los cromos amarillean y el olvido va dando bocados. Aunque con los grandes de verdad lo tiene a veces complicado.
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