Opinión | El trasluz
Furia y euforia
Creía notar el creciente malestar de mi vecino en la desesperación con la que batía los huevos para la tortilla de la noche. Siempre cenaba tortilla con atún o con las verduras que le habían sobrado del mediodía. Vivía solo, con un gato al que llamaba Cifú, que también vivía solo, pues apenas se hablaban el gato y él. El animal era una herencia de su esposa, que falleció el año pasado. Intentó desprenderse de él al quedarse viudo sin lograr colocarlo en ningún sitio. Le daba de comer y de beber, pero no se comunicaban. El gato, consciente de su orfandad, procuraba no molestar para asegurarse el cobijo y la comida. A veces, en su deambular por los tejados, se asomaba a una de mis ventanas y yo le hacía unas caricias.
De un tiempo a esta parte, venía escuchando desde mi cocina el ruido del tenedor de mi vecino contra el plato cuando batía los huevos, de modo que un día, hace de esto un par de meses, llamé a su puerta con una excusa boba y lo observé actuar en vivo y en directo.
–¿Por qué bates los huevos con esa furia? —le pregunté.
–No es furia, es euforia —dijo.
Lo había interpretado mal. Lo hacía todo con entusiasmo porque había descubierto dentro de sí una luz.
–¿Qué quieres decir con una luz?
–Lo que oyes. Literal. Hay en el interior de mi pecho una luz de una potencia increíble que lo ilumina todo.
Imaginé el interior de su pecho vacío, sin vísceras, completamente hueco como una nave gigantesca en la que de repente se hubiera encendido un foco. La imagen produjo en mí también un ataque de dinamismo. Le pregunté cómo había sucedido el milagro y me dijo que había tenido una experiencia mística de la que no podía hablarme.
–Me lo han prohibido —añadió sin especificar quién.
Me quedé a cenar, así que hizo dos tortillas, lo que pareció alegrarle, pues pocas cosas le producían más placer que mezclar la yema y la clara con la determinación con la que otros combinan la ginebra con el vermut.
Dos días más tarde, alertados por uno de sus hijos, llegaron los servicios de urgencia y ahora está en el psiquiátrico. Me he quedado con Cifú, su gato, y a él lo visito los miércoles.
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