Opinión

Jorge Dezcallar Embajador de España

Tanques

A muchos de ustedes les debe pasar como a mí, que con la guerra de Ucrania estoy aprendiendo mucha geografía con ciudades de nombres impronunciables, mientras miro con rabia las barbaridades que se cometen contra civiles indefensos sin agua o electricidad en viviendas en ruinas. No esperaba volver a ver estas cosas en la “civilizada Europa”. También he aprendido mucho sobre misiles (Patriot, Javelin, Himars...), sus ventajas e inconvenientes, y ahora me toca hacerlo con los tanques desde los ligeros Challenger a los pesadísimos Abrams, pasando por los Leopard. Preferiría dedicar mi tiempo a otras cosas pero es lo que hay.

Ucrania no podría enfrentarse a Rusia sin la ayuda que recibe de EEUU y de Europa en dinero para pagar los servicios mínimos que exige el funcionamiento del país y también en armas, muchas armas, y en información de Inteligencia para sacarles el mejor partido. Sin todo ello habría corrido la misma suerte que Polonia en 1939 cuando se la repartieron entre Hitler y Stalin. Putin debe ser peor estratega porque no lo ha logrado pero Rusia es mucha Rusia, tiene mucho fondo de armario y está preparando una gran ofensiva cuyos objetivos son confusos porque un día dice que Ucrania no existe y es parte de Rusia, otro quiere poner en Kiev un gobierno títere como el de Bielorrusia, y otro día parece que se podría “conformar” con un buen trozo del país (25% más o menos) además de Crimea, que considera intocable.

Zelenski pide muchos tanques para parar esa ofensiva y para recuperar las zonas hoy ocupadas por Rusia incluyendo Crimea, que no me parece muy realista. Y pide los Leopard alemanes porque son buenos y tienen la ventaja de que al poseerlos muchos países hay muchos donantes potenciales y su entrega reforzará la cohesión del continente en apoyo a su país. Por eso es una petición inteligente.

Para conseguirlos ha tenido que superar la reticencia de Alemania, que ya envió sus Panzer a Ucrania hace casi un siglo en condiciones que prefiere no recordar. Además Berlín siempre ha defendido la política de apertura al Este (Ostpolitik) que patrocinaban Helmut Schmidt y Willy Brandt y que ha naufragado definitivamente con esta malhadada invasión rusa. Ahora Alemania ha olvidado su antimilitarismo, ha aumentado su contribución a la OTAN y ha duplicado su presupuesto de Defensa. Su ejército será el más poderoso de Europa aunque no tenga la capacidad nuclear de Francia (la Force de Frappe), en torno a la cual deberá estructurarse cualquier “autonomía estratégica europea” que quiera ser creíble (pregunten sobre eso a nuestros políticos europeístas y verán lo nerviosos que se ponen). Todo esto ha llevado al canciller Scholz a decir que estamos ante un Zeitenwende, un giro que quiere hacer bien acompañado, exigiendo que los americanos, británicos y socios europeos anuncien antes su disposición a enviar también sus tanques. Alemania no quiere ir sola y tampoco por delante, tiene terror a liderar y necesita más tiempo para superar los traumas que le produjo (a ella y a toda Europa) la última vez que lo hizo.

Y ahí entra España, que va a enviar algunos de sus 327 Leopard —y me parece muy bien— aunque muchos estén en estado “lamentable” de mantenimiento según la ministra de Defensa. Y como se han comprado con nuestro dinero, alguien debería explicarnos cómo ha podido suceder.

Pero no nos engañemos, los tanques no van a dar la vuelta a la guerra y probablemente no llegarán a tiempo para detener la inminente ofensiva rusa porque necesitan puestas a punto, tripulaciones entrenadas y mucha logística que no se logra en dos días. Zelenski ha pedido esta pasada semana en Londres, París y Bruselas misiles de largo alcance y aviones y sospecho que se los acabaremos dando después de decirle inicialmente que no, como hemos hecho con los tanques, porque nos deslizarán un paso más hacia una extensión del conflicto que es su alternativa más peligrosa. Ese es el verdadero problema. Nosotros pensamos que no hay peligro mientras no pongamos botas sobre el terreno, pero no estoy seguro de que Putin también lo vea así. Por eso, mejor ir con pies de plomo y más que atender a las peticiones ucranianas a medida que se producen, necesitaríamos insertarlas en una estrategia propia que nos exige un serio debate para saber hasta dónde queremos llegar. Y cómo, porque es mejor prevenir que lamentar.

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